Y es que está demostrado que si se es “demasiado grande” para quebrar, del tamaño de un banco importante o un país, no hay por qué temer por las malas acciones, pues siempre habrá manos públicas generosas que se encarguen de entrar al rescate para evitar la bancarrota, por supuesto, socializando las pérdidas.
El mundo occidental vive esta nueva “normal” que, por supuesto, implica también que pocos se enriquecen mientras muchos se empobrecen, aniquilando lenta pero consistentemente a la clase media. Una fiesta en la que los que pueden, disfrutan de las mieles del derroche y abuso del crédito a costa de hipotecar el trabajo y los recursos de futuras generaciones.
Esa, es la historia que hemos atestiguado una y otra vez en lo que va del siglo: burbujas especulativas alentadas por tasas de interés manipuladas a la baja, que empujan a los tenedores de capitales en su búsqueda de ganancias, a prestar incluso a aquellos que aunque no pueden pagar, disfrutan de la fiesta mientras dure. Un mundo feliz.
Lo malo es que cuando la parranda termina -y siempre lo hace, la resaca empieza a hacerse sentir y a nadie le gusta. Por eso recurren a la vieja técnica de patear lejos la bomba para que después le explote a otro, o lo que es lo mismo, a evitar la resaca manteniéndose ebrios. Esa, la cruda realidad de tener que pagar las cuentas, es la que no está gustando nada en Europa, y la causa principal de los llamados rescates financieros.
El argumento siempre es el mismo, se hace “por el bien de todos”. Lo que no se dice, es que en verdad a quien se rescata, es a los grandes corporativos bancarios, que como decíamos al principio, deberían asumir los costos de sus malas decisiones, perder. Los que pagan los platos rotos, terminan siendo naciones y ciudadanos de países que por su esfuerzo, gozan de una mejor posición, como Alemania o Francia. Es como si en cualquier barrio, los de la casa de al lado tuvieran que dar la cara y pagarle al banco la hipoteca del vecino moroso.
Ejemplos recientes sobran. Basta con voltear a ver a Grecia e Irlanda en 2010, y ahora a Portugal. El detalle es que su problema de fondo no es que les falte liquidez, sino solvencia; o sea, no es que el de la casa de al lado no tenga “cash”, simplemente, no puede pagar. ¿Vale la pena seguir posponiendo la dolorosa solución inevitable, cuando han probado una y otra vez que ocultan la verdad? ¿No sería mejor al mal paso darle prisa?
Recordemos que los gobiernos de esas tres naciones, días antes de anunciar que recurrirían al un rescate de la Unión Europea, juraban no necesitarlo. “No necesitamos un crédito”, decía el griego Papandreou; “no tenemos que pedir prestado dinero alguno”, clamaba el irlandés Cowen; “Portugal no necesita el rescate”, desdeñaba Sócrates. ¿Será acaso un preludio de lo que ocurrirá con la España de Zapatero, que descarta “absolutamente” cualquier salvamento?
Es oportuno traer a cuentas lo que en este espacio decíamos en enero de 2010, meses antes del primer rescate a Grecia, en el artículo “Dólar vs. Euro ¿Quién para campeón?” (http://bit.ly/fO0KO9): “cinco países están causando preocupación (…) Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, que enfrentan serios problemas comunes como desempleo, déficits públicos y sobre todo deuda creciente”.
Tres de ellos, ya han caído. Lo ocurrido hasta ahora, confirma que las fichas del dominó financiero seguirán sucumbiendo una a una, hasta que por la fuerza natural del mercado, la amarga medicina, el sistema finalmente se depure y reinicie sobre bases sólidas de ahorro, inversión y crecimiento. Dejemos que el tiempo, nos dé la última palabra.
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