No obstante, la crisis económica que el mundo atraviesa en la actualidad y las proyecciones actuariales más serias, ponen en serio entredicho la sobrevivencia del esquema de Estado de Bienestar que las creó.
Esta misma semana, la sostenibilidad de las pensiones en México volvió a ser puesta en la mesa, cuando especialistas de las firmas de Ernst & Young, Lockton y el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, plantearon que se requiere alrededor de 20 millones de millones de pesos para financiarlas. La cifra equivale a casi seis veces el Presupuesto de Egresos federal de este año y a 150 por ciento del PIB, lo que por supuesto impone una pesada carga a las finanzas públicas presentes y futuras, por no decir que no alcanzará para pagarlas.
El reto es todavía mayor, si se considera que ese dato sólo contempla los requerimientos monetarios para atender a aquellos trabajadores que se encuentran bajo un esquema de retiro que les permita jubilarse. Es decir, ni siquiera incluye las cantidades que se necesitarían en caso de que aquellos que se emplean en la informalidad, tuvieran derecho a ella; de hacerlo, el déficit sería más grande.
Y es que si bien en la fría contabilidad, quizás no parezcan afectar al erario, sí lo harán por el lado de la asistencia pública a la que se verán forzados a recurrir. Tarde o temprano, como es obvio, los trabajadores del sector informal también querrán o tendrán que retirarse, sin la garantía de que contarán con recursos que les permitan hacerlo con dignidad. De hecho, los expertos comentaron que es probable que hacia 2050, sólo uno de cada cuatro adultos mayores de 60 años sea pensionado. Por eso, la materia es de la incumbencia de todos los que hoy son jóvenes, pues la falta de previsión implicaría acabar justo como nadie quiere: viejo, solo y pobre.
Eso sí, cuidado con pensar que los planes de retiro auguran necesariamente un porvenir alentador. La realidad es que algunos cálculos estiman que una persona, podría recibir como pago mensual el equivalente a entre 10 y 20 por ciento de lo que percibía en su vida laboral activa. Ese recorte, por fuerza significará caídas en el nivel de vida de la gente y/o la obligación de trabajar por más años.
El sentido común nos conduce a pensar que, cuando todos estos programas de “Estado de Bienestar” no existían, debió haber una mayor cultura de la previsión. Muy pocos osados o irresponsables, estarían dispuestos a terminar como la Cigarra de la fábula. De hecho, hay evidencia suficiente en países en vías de desarrollo que cuentan con incipientes sistemas de seguridad social, que demuestran este hecho. Es el caso por ejemplo de varias naciones asiáticas que cuentan con elevadas tasas de ahorro.
Sin embargo, la verdad es que resulta difícil pensar en ahorrar, cuando por un lado, los sueldos medios son tan bajos y, para empeorar la situación, los responsables ahorradores son reducidos a “tontos”, que ven desvanecer el valor de lo preservado a manos del incremento de los precios. Un universo al revés en el que el castigo es impuesto a los que no están conformes con gastar todo lo que tienen.
Esta absurda lógica puede cambiar a medida que se fomente en serio una política de ahorro interno, fundamento indispensable del desarrollo. La garantía de que el dinero guardado por lo menos valga igual mañana que hoy, será así un aliciente para todos los que deseen oponerse a un retiro de pobreza.
Ojalá por eso cada día sean más los que impulsemos medidas de bien común “de a de veras”, como la de introducir la onza de plata “Libertad” a la circulación monetaria, a la par de los pesos de papel. ¿Quién no estaría dispuesto a ahorrar de esta manera? Que la esperanza, nunca muera.
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