(Guillermo Barba/ Inteligencia Financiera) – Alguien dijo alguna vez que el oro es dinero, todo lo demás, es crédito. Una razón muy sencilla subyace a este hecho y que lo distingue, junto con la plata, del dinero fíat (de papel, digital o de cualquier otra forma): no tiene que realizarse, es decir, en sí mismo constituye un bien privado con valor particular, y por tanto, sin riesgo de contraparte si está en físico.
El dinero fíat, en cambio, ante la ausencia de valor intrínseco, sí tiene que ser realizado (vendido) a la mayor velocidad posible, pues el vicio que constituye su emisión descontrolada obliga a sus tenedores a cambiarlo hoy, bajo el peligro de que mañana valga menos. Justo así es el sistema monetario actual en el que la absoluta mayoría de la población del mundo, está habituada al aumento constante de los precios.
Dicho de otro modo, ese sistema está basado en una ilusión inflacionaria que por un lado, castiga la responsabilidad financiera y el ahorro, pero por otro, premia el dispendio y la deuda.
Después de todo, para qué perder el tiempo guardando dinero que en unos años quizás no valga nada. Y no es que haya desaparecido mágicamente ese poder de compra, sino que en realidad alguien más lo está gastando, pues no hay manera más fácil y oculta de meter la mano a los bolsillos y cuentas bancarias de todos, que emitiendo dinero fíat.
Se esconda donde se esconda, con cada nueva emisión monetaria perderá valor. Parece que después de todo, las “cigarras” encontraron la manera de hacerse de lo que guardan las desprevenidas “hormigas”.
Los metales preciosos, en cambio, por sus cualidades y escasez no pueden ser creados de la nada, y gracias a eso quien los posee protege su poder de compra. Seguro que por eso en el corazón del sistema monetario, los bancos centrales ven en el oro a su enemigo público número uno. Muestra de ello son expresiones de desprecio como las del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, cuando afirmó en julio que el oro “no es dinero”, sino un simple activo al que se atesora “por tradición”.
Esa “reliquia barbárica”, sin embargo, acumula ya 10 años de mercado alcista, algo que uno de los más grandes inversionistas en el área de materias primas, Jim Rogers, califica de “extremadamente inusual”.
De ahí que con la pronunciada corrección que afectó hace poco el precio del oro, no dejen de sonar las voces y propaganda de sus detractores señalando que su “burbuja” ha reventado, y le auguren un futuro sombrío. Todos ellos olvidan (u ocultan) en primer término, que problemas como la crisis de las deudas soberanas de países europeos y la crítica situación fiscal de E.U., no solo no han sido resueltos, sino que lucen peor que nunca.
No podría ser de otra forma, cuando se pretende solucionar un problema de gasto, consumo y crédito excesivos, con más de lo mismo, rescatando en el camino a instituciones financieras y países que en un verdadero libre mercado, tendrían que quebrar. Todo, desde luego, con cargo a los contribuyentes. Las manifestaciones de inconformidad con esta situación, apenas comienzan.
Asimismo, esos detractores soslayan que la mayoría de los bancos centrales, en un esfuerzo inútil por “estimular” sus economías, están dispuestos a imprimir tantos billetes como crean necesario, como si hubiera atajos a la prosperidad que nada más puede adquirirse con el trabajo arduo, la disciplina y el ahorro.
Por eso, el oro en realidad se encuentra todavía subvaluado, sea que tomemos como medida la cantidad de circulante o el tamaño de las deudas, por ejemplo. Ahora mismo sobre niveles de mil 600 dólares la onza troy, se encuentra lejos de los 2,340 dólares que marcarían un nuevo máximo histórico ajustado por inflación oficial.
Por supuesto, eso no significa que estén descartadas mayores bajas que, en todo caso, se deben aprovechar. Y es que con estos fundamentos sería un error despreciar al oro ahora, sobre todo si tomamos en cuenta el comportamiento del mercado alcista de los años ‘70. En aquel entonces, el oro subió primero casi seiscientos por ciento para luego caer un 50 por ciento que estremeció y espantó a muchos del mercado, que más tarde se perdieron la mejor parte del “toro” que empujó el precio de 100 a 850 dólares la onza, en poco más de tres años.
Las voz experta del propio Rogers es contundente: los mercados alcistas (bull markets) “siempre terminan en histeria”, pero no suben en línea recta. Así pues, estas bajas consolidan la tendencia ascendente del oro que sí, finalizará un día en una burbuja de proporciones históricas por una causa: la fuerza del mercado siempre termina siendo más poderosa que cualquier manipulación.
En este escenario, queda claro que con independencia de la decisión personal que cada uno tome con respecto a sus inversiones, un buen escudo de oro y plata en físico no debiera estar ausente. Ahora que para los que desconfían de ellos, siempre quedará la opción de creer en sus políticos, papel-moneda y banqueros centrales. Que cada uno tome su mejor decisión.
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