Sin embargo, lo que más llama la atención no es eso, sino que parece que lo dijeran en alguna lengua extraterrestre, pues la mayoría o no entiende, o de veras no les cree aunque sea cierto.
Lo digo porque mientras aquí el gobernador del Banco de México y el secretario de Hacienda ya dejaron en el pasado cualquier alusión a la crisis para hablar sólo de recuperación, sus homólogos gringos han pasado ya, de plano, al confesionario. Como si de un programa de “Big Brother” se tratara, Tim Geithner y Ben Bernanke, secretario del Tesoro y Presidente del Banco Central, respectivamente, han llegado al punto de descararse y hablar con la verdad, cada uno con su estilo, incluso frente a los medios informativos. Lo curioso del tema es estas “confesiones”, no han generado ni por mucho una alerta general.
Sí, insisto, mientras Ernesto Cordero se regodea con las “fortalezas” de la economía mexicana y su crecimiento, omite como típico funcionario decir lo obvio: que nuestro ciclo está atado al de nuestros vecinos del Norte y que, por ende, cuando ellos se desaceleren o caigan de nuevo en recesión, correremos su suerte. Algo debería aprenderle a su homólogo Geithner, que dejó por un momento de esconder lo inocultable.
En su carta a los “reyes magos” (la envió el 6 de enero pasado), Tim Geithner fue explícito en su mensaje al Congreso rogando que se eleve aún más el techo de endeudamiento de la administración Obama: de no hacerlo habrá “consecuencias económicas catastróficas que durarían por décadas”. De antemano se sabe que, pese a las resistencias de la oposición, los legisladores terminarán aprobando el nuevo tope. El detalle es que eso no les permitirá salir de sus problemas, sólo posponer el “Juicio Final”.
¿Qué ocurrirá entonces cuando por las fuerza del mercado, ya no puedan postergar la inevitable caída? El mismo Geithner nos da las respuestas en su misiva: Estados Unidos incumplirá el pago de sus obligaciones soberanas; estallarán de inmediato las tasas de interés; caerán los precios de las casas; se perderán miles de empresas y millones de empleos; el dólar “morirá” como moneda de reserva internacional; se eliminarán o recortarán beneficios de seguridad social y pagos a pensionados, entre muchos otros.
Claro, si algún ciudadano tan acostumbrado a las mentiras desconfiara todavía –y con razón- de tan encumbrado funcionario, podría escuchar la versión del presidente de la Reserva Federal (Fed), el señor Bernanke. Éste, ayer mismo, pronunció un discurso estremecedor. Al referirse a la urgente necesidad de que el gobierno norteamericano deje de gastar más de lo que puede, dejó en claro que los ajustes llegarán y que la cuestión ya sólo es de si “estos se presentarán a través de un cuidadoso y deliberado proceso […] o si serán una respuesta rápida y dolorosa a una inminente crisis fiscal”.
Sobra decir que todos estos caminos no conducen a “Roma”, sino a su debacle.
Por eso digo que tantas veces han ocultado la verdad, que ahora no pasa gran cosa cuando se descaran. Más allá de una subida ayer en el precio del oro y otros indicadores, para la gran mayoría estas “confesiones” pasaron de largo. Las implicaciones por supuesto, son múltiples pero bien conocidas. Quizá la más representativa seguirá siendo la inflación.
Toda vez que el punto de no retorno ha quedado ya muy atrás, los gobiernos seguirán creando dinero de la nada para no pagar a través de esa vieja y mañosa vía.
En su momento en Inteligencia Financiera anticipamos que llegarían nuevas rondas de estímulos monetarios conocidos como Quantitative Easing (QE), pronóstico que se cumplió en noviembre pasado con el anuncio del QE2. Sin embargo, todo apunta a que estas compras de bonos (impresión de dólares) que se proyecta terminen en junio, continuarán con más QE ad infinitum, so pretexto de la debilidad de la recuperación y las altas tasas de desempleo.
Lo correcto, sería dejar de intentar tapar el sol con un dedo, y permitir que el sistema colapse por su propio peso, pues luego de un periodo doloroso, se reiniciaría el crecimiento económico con bases más sólidas. Al mal paso darle prisa.
En tanto eso ocurre en la “metrópoli”, más valdría poner nuestras barbas a remojar. Aunque con tamaños distintos, las debilidades fiscales de México, la dependencia del erario de los ingresos petroleros, el peso de las pensiones, la nula diversificación de nuestros mercados, etc., también nos obliga a replantearnos alternativas de prevención. Si aquellos “Pedros” yanquis ya nos anunciaron que ahí viene el “lobo”, de nosotros nada más, dependerá el creerles o no.
Guillermo Barba
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