Imagen: elcentrohistoricocdmx.blogspot.com |
Ayer diversos grupos de manifestantes salieron de nueva cuenta a las calles en diversas ciudades del país y del extranjero. Desde los pacíficos estudiantes hasta los grupos violentos que con mayor frecuencia se presentan, se expresaron con varios gritos de batalla en nombre de los desaparecidos de Ayotzinapa. Uno de los más repetidos es sin duda “¡Que renuncie el Presidente!” y varias consignas similares. Eso está muy bien. La libertad de expresión no debe coartarse bajo ninguna circunstancia.
Es comprensible el sentimiento de malestar y hartazgo de la mayoría de los mexicanos, incluido el de quien esto escribe, por vivir en un país en el que las oportunidades para los jóvenes son mínimas, los empleos escasos y los ingresos bajos. También porque no existe el imperio de la ley y el Estado no garantiza una de sus obligaciones primarias: la integridad física de las personas y de sus bienes. Tenemos miedo y por desgracia, esa es la permanente “normal” en México. Todos lo sabemos.
La peor parte es que no se vislumbra quién pudiera cambiar esta situación en el corto plazo, y el gobierno federal por los resultados alcanzados hasta hoy, no será quien lo haga. Nuestro problema es sistémico.
Por eso, el mejor ángulo desde el cual debe verse lo que está sucediendo en el país, es el de la falta de libertad. Poco se habla de ello pero, la solución real a la crisis económica, política y social que vivimos no puede pasar por otro camino.
Según la primera acepción de esa palabra en el diccionario de la Real Academia Española, libertad es la “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” El garante de esa libertad, por supuesto, no puede ser otro que el Estado, sin el cual, la convivencia civilizada no puede perdurar. El respeto a los derechos ajenos se tiene que hacer valer y quien los quebrante, tiene que ser castigado en consecuencia, sin excepciones. De ahí que resulte indispensable que la estructura estatal cumpla de manera eficaz y eficiente con sus funciones o no puede haber libertad.
No por nada en México la violencia en distintas formas se ha vuelto una constante. Si el encargado de hacer valer la ley siempre por medio de la violencia legítima no cumple con su cometido, entones el resultado no puede ser otro que la corrupción, la impunidad y el auge del crimen. En lo económico eso se reflejará en un bajo nivel de crecimiento y desarrollo, pues la abundancia y la prosperidad solo pueden habitar donde exista la libertad. Y es que, ¿cómo podría prosperar una nación en la que el respeto a la propiedad privada y el derecho a conservar lo ganado sea opcional o condicionado a la voluntad de alguien en el gobierno o el crimen organizado? Eso no es posible, como tampoco el que se pueda atraer inversiones ni que los empresarios hagan un adecuado cálculo económico sin un mercado libre. La consecuencia inevitable es estancamiento y pobreza.
De modo que un Estado que no da libertad, para poder sobrevivir a trompicones, tiene que recurrir a falsos remedios decididos y de facto para sobrellevar la justificada inconformidad de las personas. Entre ellos se incluyen la tolerancia a la corrupción –bajo la idea de que si todos somos corruptos entonces lo más conveniente es no hacer nada, sino formarse en la fila a esperar el turno–, la complicidad entre los criminales y autoridades de todos niveles para mantener la “paz” en sus zonas de influencia, la aplicación selectiva de la ley y un interminable etc.
En lo económico ese Estado inoperante recurrirá a políticas socialistas para contener el descontento. Eso asegura que los gobiernos tenderán permanentemente a tener presupuestos deficitarios, deudas crecientes e inflación. Todo, con tal de dotar a los ciudadanos de toda clase de “beneficios”, subsidios y supuestos “derechos” para evitar cualquier peligrosa insurrección social. Lo malo es que olvida que lo que se le carga al gobierno, lo terminamos pagando nosotros y con intereses. Sobra decir que la mano del fisco y su carga impositiva recaerán con más fuerza sobre aquellos con mayores ingresos, pues el problema, dicen, es la “desigualdad”. Un sofisma.
El Estado pues, ante el temor que le produce su incapacidad de garantizar la libertad de las personas, se meterá hasta los más profundos recovecos que encuentre para intentar controlarlo todo, incluido los precios. La paranoia estatal por tanto, tenderá a sobrerregular y a tratar a sus ciudadanos como si fueran niños. Así, decide lo que “está bien” y lo que “está mal” para ellos.
La guerra contra las drogas es quizá uno de los mejores ejemplos. Por cierto, la prohibición dota de amplios recursos y poder al crimen organizado –al vender productos por encima del precio que le daría el mercado libre si fuesen legales, para seguir corrompiendo a las autoridades. El círculo se cierra.
Por eso México necesita libertad, le urge.
Todos los simpatizantes de la causa de Ayotzinapa están en lo cierto, México necesita cambiar. Pero el centro de su lucha y la de todos debe ser la demanda de libertad y un Estado que la garantice. Se equivocan si creen que con la renuncia del presidente el ansiado cambio llegará. Para decirlo claro, ningún partido político actual nos puede sacar del agujero en el que estamos por una sencilla razón: todos, en mayor o menor grado están por el intervencionismo estatal. En otras palabras, no están por defender nuestra libertad. Cambiar de nombres y siglas no servirá de nada, si la idea común en ellos es que pueden saber mejor que nosotros qué es lo que nos conviene.
Pero nadie puede perseguir mejor el bienestar propio que uno mismo. Ese es el cambio original que necesitamos, señoras y señores políticos. Por ello, las altas y genuinas metas a las que aspiramos como sociedad, pasan por la plena libertad individual. Llegó la hora de dar el paso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario