Y es que no por nada las transiciones suelen ocurrir de manera violenta, pues los nacimientos de nuevas eras requieren romper por completo paradigmas caducos. Los sistemas en mutación van desde lo político-social hasta lo económico-financiero, esferas diferentes pero unidas como vasos comunicantes bajo alta presión.
En este sentido, desde las revueltas con tintes de guerra civil en África del Norte y Oriente Medio, las manifestaciones multitudinarias en Grecia, Francia, España, etcétera, hasta las sacudidas bursátiles y los malos datos económicos, constituyen el síndrome de la decadencia del establishment. Ese sistema que hoy se autoinmola, producto de sus propios excesos, más tarde habrá de resurgir transmutado, como Ave Fénix, en un mundo sustentable que nuestros padres no podrían reconocer.
Coincidencia o presagio, la realidad es que quizá por eso 2012 haya sido tomado como un año emblemático. Así pues, la segunda mitad de 2011, que ya se halla a la vuelta de la esquina, podría traernos grandes sorpresas que, según se esté preparado, serán agradables o negativas. Y es que está demostrado que las grandes crisis también son los momentos de mayor oportunidad para el que sabe sacarles provecho.
¿O acaso alguien pensará que en las crisis económicas la riqueza es destruida? Si es así, bueno, la verdad es que sirve más darse cuenta que sólo suele cambiar de manos. En esos shocks como el que se avecina, las manos débiles pierden para darlo todo, con su consentimiento, a las más fuertes.
En el ámbito de la economía, las señales son incontables, pero no pasa desapercibido que en los epicentros de los terremotos financieros más recientes las cosas lucen incluso peor que antes del inicio de la crisis en 2008. En Estados Unidos, además de la evidente desaceleración de su crecimiento, alcanzaron su techo de endeudamiento y, como todo hombre en bancarrota, está metiendo mano a todos los bolsillos que puede, incluso a los de sus fondos de pensiones, sin que se perciba bien cómo va a reducir su brutal déficit fiscal.
Asimismo, los quebrados España, Grecia e Irlanda sufren tasas de desempleo mayores que las de hace tres años, y en marzo la producción industrial europea cayó de forma inesperada. Del otro lado del mundo, el gigante motor chino se está sobrecalentando.
En los mercados financieros, los índices bursátiles parecen estar anticipándose a la inminente terminación de la fase dos “relajamiento cuantitativo” (QE2) en junio, y se ve difícil que puedan levantar el vuelo sin esa maravillosa droga a la que se han vuelto adictos: la impresión masiva de dinero por parte de la Reserva Federal estadunidense (Fed).
Con todo eso, la mesa está más que puesta para un posible gran colapso en la segunda mitad del año. Como siempre en estos asuntos, no hay certeza del momento en el que todo podría venirse abajo, pero ayuda el estar atento adonde se ubican las mayores probabilidades. ¿Será en verano u otoño?
¿Acaso en octubre como en 1929 y 2008? Imposible saber. Lo cierto es que, de ocurrir, el fantasma de la deflación que tanto espanta a la Fed será el pretexto perfecto para volver a lanzar un QE3 o como le quieran llamar. En ese caso, habría imperdibles oportunidades de compra en los mercados que no durarán mucho, sobre todo, en los mercados de materias primas (commodities).
En este marco, está claro que los estímulos fiscales y monetarios no sirvieron más que para empeorar las condiciones previas. Llegado el día, la transición a que hacíamos referencia marcará, entre lo más importante, el fin de la era del dólar, que Banco Mundial data como máximo en 2025, y el de Estados Unidos como súper potencia hegemónica. La reforma al sistema monetario internacional habrá de dar así un puesto más valioso al Yuan chino y al Euro que, en torno a un nuevo rey, el oro, trazará la pauta de lo que será la “nueva normal” del siglo XXI.
Twitter: @memobarba
No hay comentarios:
Publicar un comentario