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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capitalismo = progreso, socialismo = miseria (IV)




Imagen:
misesecuador.drupalgardens.com
(Lea aquí la tercera entrega de esta serie)

Las filosofías de la historia no deben confundirse con las interpretaciones filosóficas de la historia. Estas últimas no intentan descubrir hacia dónde se dirigen los destinos de la humanidad de acuerdo a los designios de la Providencia. Las primeras en cambio, estudian los fines que tienen una función importante en la determinación de los acontecimientos históricos, es decir, los fines que los individuos o grupos persiguen, pero sin opinar acerca de la finalidad y el significado del proceso histórico o de un destino “superior” para la humanidad.


Aún así, hay interpretaciones igualitarias de  la historia que parten de que hay una sola especie de hombre, y que por tanto “todos somos iguales”. Pero lo cierto es que cada persona desde que nace es diferente de todas las demás, diferencias que no llegan a la estructura lógica de la mente humana. Pese a ello se han empleado prejuicios políticos, apoyando el socialismo igualitario, para atacar el principio liberal clásico de la igualdad ante la ley, diferente claro, de la “igualdad absoluta”.

Según estos atacantes, las desigualdades de ingresos y riqueza son el resultado de la “explotación” de las masas producidas por una violencia arbitraria. Pero esta interpretación de la historia da por hecho que la evolución histórica es hacia la permanente mejora de las técnicas de producción, a acumular riqueza y a dotar los medios para la subsistencia del hombre. Esto es un error, pero que conduce a que se crea que decisiones políticas como las disposiciones fiscales dirigidas a “reducir la desigualdad” no crean daño alguno. Es todo lo contrario. El progreso no es un proceso automático sino uno que debe alimentarse de manera continua, trabajo por cierto, que sólo es posible por la vía capitalista. El socialismo traería miseria generalizada porque atenta contra la libertad individual, la propiedad privada, y por tanto, contra el estímulo y motivación principal para la innovación, la creatividad, la acumulación de capital y la función empresarial: la obtención de ganancias. En realidad, lo que esconden los apologistas del socialismo es una forma de gobierno despótico que no avanza hacia el progreso.

Para decirlo con claridad, aunque existe una interpretación de la civilización actual aceptada en general, con la cual se separa los aspectos espirituales de los materiales, Mises nos dice en Teoría e Historia que esta separación llama a la sospecha porque se basa en el resentimiento y no en la observación objetiva. Se considera así quizá a manera de “consuelo” que el aspecto espiritual es “más elevado” que el meramente materialista que caracteriza al capitalismo. Sin embargo, la abundancia y los avances que ha traído el capitalismo al mundo ha sido a su vez aceptado por todos los países del orbe como una aspiración, como algo que desean para sus propios pueblos. Las evidencias han demostrado la gran equivocación de Marx, quien vaticinaba el fin del capitalismo por la creciente “explotación” y empeoramiento de las condiciones de la “clase proletaria”. En realidad, es el intervencionismo el que lo está socavando.

Debería quedar muy claro que la cuestión de sobre cuál sistema logra mejor el bienestar material se puede alcanzar solo mediante el análisis de su funcionamiento. Esto es lo que han hecho los economistas. Así que por eso Mises califica de irresponsable el que la ética y la religión combatan al capitalismo y apoyen a otro sistema sin investigar a plenitud las consecuencias económicas del socialismo y el intervencionismo.

Mises nos explica el cambio en la tendencia hacia la libertad que tanto pensaron los filósofos de la Ilustración como un hecho irreversible. Este cambio nos dirige hacia el totalitarismo, con lo que muchos refuerzan sus tesis de que el socialismo es el “destino” de la humanidad. En este contexto, el concepto de igualdad de riqueza y de renta logró implantarse muy bien en la sociedad, por una causa originaria: la idea de propiedad de la tierra en cantidades iguales. Bajo esta creencia, todos los males de la humanidad se reducían a que había personas que tenías tierras de más y quien no tenía nada para su subsistencia: una “injusticia”. Mises afirma que la idea de igualdad en la distribución de la tierra es una “perniciosa ilusión. Su puesta en práctica hundiría a la humanidad en la miseria y el hambre y destruiría la civilización misma.”

Y es que en ese ambiente no cabe la división del trabajo que no sea la especialización regional de acuerdo con las particulares condiciones geográficas de los territorios. Sin división del trabajo no hay productividad. Bajo la división del trabajo las tierras son cultivadas con lo que el producto que, para su terreno, tendrá las condiciones más rentables. Más que el tamaño de la finca lo que importa es su productividad para obtener utilidades, es decir, lo que el mercado demanda con mayor urgencia para consumir, no solo lo que las familias necesitan para su autoconsumo. En ese extremo, gran parte de la población mundial perecería por hambre.

Como puede entenderse, desde el punto de vista de la historia la doctrina de la distribución igualitaria de la tierra preparó el terreno para la “legitimación” de la demanda y aspiración socialista de igualdad.

En su obra, Mises deja muy en claro a los liberales y economistas que es nuestra plena responsabilidad el expresar sus ideas y pensamientos de forma convincente. Para que la evolución de los asuntos humanos continúe por la vía del progreso es necesario que haya autores, pero también mensajeros y diseminadores de ideas benéficas, de modo que si el totalitarismo se implanta de manera general en el mundo, no podremos excusarnos de responsabilidad.


No se pierda la próxima y última entrega de esta serie: “La salida de la crisis económica”.

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