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La declaración llega en un momento en el que la oposición internacional, encabezada por Rusia, sigue tomando fuerza.
Cada día hay más dudas, no sobre la perpetración del ataque mismo con armas químicas, sino sobre quién es el responsable de su autoría.
Washington se apresuró a culpar a las tropas de Bashar al-Assad, y ha respaldado sus señalamientos con reportes de inteligencia que, se supone, darían pistas “inequívocas” de que el ejército atacó con gases tóxicos a la población civil.
La realidad es que no han convencido a nadie, y menos desde que este viernes el secretario de Estado John Kerry, dijo que para “proteger fuentes y métodos”, las evidencias sólo serían mostradas a los miembros del Congreso, no a la opinión pública.
Sobra decir que esos reportes también generan sospechas, pues ahora se sabe que para atacar Irak hace una década, se fabricaron también supuestas pruebas de la posesión por parte de Saddam Hussein de “armas de destrucción masiva”.
Mientras tanto, el presidente ruso Vladimir Putin, un aliado del régimen de Damasco, se ha opuesto desde el principio a una acción militar norteamericana que no cuente con el respaldo de Naciones Unidas, donde Rusia, por supuesto, tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad.
Kerry aseguró ayer que a causa de este “garantizado obstruccionismo ruso”, era necesario que Estados Unidos tomara sus propias decisiones basado “en sus propios valores e intereses”.
De eso no hay la menor duda.
No obstante, algo ocurrió en cuestión de horas para que Obama cambiara, del discurso combativo de su secretario Kerry al de la búsqueda de respaldo de los legisladores, aunque siga teniéndole sin cuidado la opinión de la ONU.
La discusión se celebró en el seno de su Consejo de Seguridad Nacional (NSC) el viernes por la noche, cuando conversaron sobre los riesgos políticos de la embestida.
Entre las razones tratadas considere primero la negativa de la Cámara de los Comunes británica a avalar un involucramiento militar del Reino Unido, en un eventual ataque a Siria, como pretendía el primer ministro David Cameron.
Asimismo, la visión de que podrían estar pasando por alto los graves efectos colaterales que una acción bélica podría tener en todo el Medio Oriente, que irían desde una elevación de la violencia en Siria, hasta la intensificación de las disputas por la influencia regional entre Irán y Arabia Saudita.
Pero el motivo central del matiz en el ánimo bélico de Obama, fue la incesante, mesurada y bien pensada campaña de Putin, en contra de cualquier bombardeo. El NSC no la pudo pasar por alto y se vio forzado a proponer una salida por la vía del Congreso.
A propósito, el sábado Putin urgió a Obama a no apresurar cualquier decisión de atacar Siria, pues inevitablemente habría víctimas civiles. Dijo además que se dirigía al presidente estadounidense como Premio Nobel de la Paz, no como titular del poder Ejecutivo.
Sugirió que la ofensiva con armas químicas habría provenido de una facción de los propios rebeldes, que sabían que con ella provocarían la intromisión americana, tan ansiada por ellos para favorecerlos.
Del mismo modo, calificó como un disparate pensar que Damasco utilizaría ese tipo de armamento en su actual situación.
“Si hay evidencia debería ser presentada”, de lo contrario significa “que no existe”, sentenció Putin.
La estrategia rusa de no intervención, basada en la diplomacia, ha probado estar dando los mejores resultados.
Ésta, contrasta con la clara acometida que el “mainstream media” norteamericano ha iniciado contra Putin, no por casualidad, en las últimas semanas. Diversas notas y portadas con descalificaciones, lo demuestran.
Seguro en Washington no estarán nada contentos con el marcador de 2 – 0 que les ha anotado Moscú, primero con el asilo a Edward Snowden y ahora, con la forzada posposición de un ataque en el caso Siria.
Por lo pronto, el Congreso se reunirá hasta el 9 de septiembre, por lo que el bombardeo americano ya no es inminente.
Los demócratas buscan anticipar los plazos, pero es un hecho que Assad y sus tropas tendrán tiempo suficiente para planificar y posicionar mejor sus defensas, algo a lo que los militares americanos, le dan poca importancia. Solo el tiempo dirá si se equivocaron o no.
Pese a todo, no debe quedar duda de que con el apoyo del Capitolio o sin él, Obama dará tarde o temprano la orden de disparar los misiles.
Si se lo aprueban, qué mejor, pero si no, recular en definitiva significaría una humillación intolerable y la aceptación de que cometió un serio error. Eso no sucederá.
Como ve, aún no se lanza el primer misil Tomahawk, pero de hecho, la batalla ya comenzó.