Hace unos días, al recibir una
serie de brillantes monedas de 10 pesos de nueva emisión, alguien dijo a este
periodista que lo único malo de ello, es que se “sentía feo” desprenderse de
ellas, y que prefería guardarlas, o bien, gastar primero las más viejas. Creo
que todos alguna vez habremos sentido más o menos lo mismo, pero pocos saben
que precisamente eso es lo que dio origen a lo que hoy se conoce como la “Ley de Gresham”.
Para decirlo sencillamente, esa
ley dice que en presencia de dinero “malo”, el dinero “bueno” tenderá a desaparecer
de la circulación. En otras palabras, cuando a la par se pueda liquidar un pago
indistintamente con algún tipo de divisa, billetes o monedas, esto dará pie a que
se prefiera hacerlo con aquellos que sean de la menor calidad.
Esto significa que uno preferirá
deshacerse de los más deteriorados antes que los nuevos, pero también que
optaremos por pagar con tarjeta de crédito, débito, cheque o billetes
corrientes, antes que hacerlo, por ejemplo, con una moneda de oro o de plata,
pues también se “sentirá feo”.
Estas se utilizarían solo cuando
no hubiera de otra, como último recurso para su tenedor o bien, cuando por
alguna razón ya nadie aceptara la divisa de curso legal, como los pesos en
México.
Intuitiva o naturalmente, los
seres humanos valoran un bien tangible y bello como estos, mucho más que
cualquier divisa ordinaria, quizás por la diferencia de que jamás llegarán a
tener un valor de cero.
Esto último por cierto, ha
ocurrido en innumerables ocasiones a lo largo de la historia con el dinero de
papel, en diversos rincones del planeta. Más en momentos críticos como aquellos
cuando se han presentado fenómenos de hiperinflación al estilo de la república
de Weimar en Alemania, o de aquella China de 1948 en plena guerra civil.
No es ninguna casualidad que no
exista divisa que sobreviva al paso del tiempo, mientras que el oro y la plata
fueron desde hace miles de años, son y serán por siempre, dinero.
Hoy que nos ha tocado ser
testigos de cómo el mundo está en quiebra, a causa por cierto de la expansión
sin límites del crédito (inflación) luego del abandono del “patrón oro” en
1971, es más urgente que nunca que no solo en México, sino en todos los países
del orbe, se discutan y aprueben medidas monetarias que permitan que la gente, pueda
con libertad ejercer su derecho a la protección de su poder adquisitivo y
patrimonio.
Una propuesta en extremo sencilla
para lograrlo, es justo la monetización de la plata, que en el país se
materializaría a través de las muy conocidas onzas “Libertad”.
Desde 2003, el prominente empresario Hugo Salinas Price ha impulsado esta medida a través de una Iniciativa en el
Congreso federal, de la que ya se prepara una nueva que, esperemos, sí sea
aprobada en la actual Legislatura.
Para su puesta en práctica, se
usaría la onza de plata “Libertad” porque no tiene un valor nominal grabado en
su cara. Esto permitirá que no salga de circulación, pues en la ley se
establecerá para la onza un valor de cotización monetaria siempre ligeramente superior al
de la plata que contiene, y que solo se podrá ajustar al alza, conforme se vaya
incrementando el precio de esta en los mercados internacionales.
Es decir, al ir “flotando” como
un salvavidas sobre la marea, se convertirá en un dinero que no se devaluará, y
que gracias a la Ley de Gresham, casi no se usará para el comercio, sino que se
atesorará como ahorro que preservará su poder de compra.
Cabe recordar que las antiguas
monedas con plata, dejaron de circular cuando el valor de la que contenían, por
la subida en su precio, rebasó al que tenían grabado. Ya no fue viable
acuñarlas y en cambio, la mayoría fue a dar a la fundición.
Mientras la cotización de la
plata contenida fue menor que el valor nominal de la moneda en cuestión, no
pasaba nada, era viable seguirla acuñando. Por eso es que en caso de caída del
precio de este metal, no se ajustaría a la baja el valor legal de la onza
Libertad, no afectaría en absoluto ni habría para qué, y podría seguir siendo
usada sin problema para pagos, como cualquier otra moneda que vale más que su
valor metálico.
Todo esto haría la gran
diferencia respecto a las monedas de pesos comunes. Recordemos por ejemplo que las
nuevas monedas de 50 centavos, son ahora mucho más pequeñas, más ligeras que
antes y ya no contienen ni cobre ni aluminio en su aleación. Después,
desaparecerán como las de 5 y 10 centavos. Con los años, sucederá igual con las
monedas de 1, 2, 5 y 10 pesos. Una historia de devaluación sin fin.
En suma, en una época de crisis
económico-financiera global, que antes que mejorar amenaza con ponerse peor muy
pronto, más vale poner manos a la obra, y devolverle a la gente su derecho a
contar con dinero real en sus manos. Es algo, que todos merecemos.
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