Mientras que para sus detractores
el oro es una “reliquia barbárica”, que los bancos centrales atesoran por
“tradición” (como dijo el presidente de la Fed, Ben Bernanke), para los
conocedores de la naturaleza económica, sigue siendo lo que el sentido común y
el libre actuar de los seres humanos lo llevó a ser: el dinero por excelencia.
Sí. En el origen del comercio, el
intercambio de mercancías se dio primero como se tenía que dar: otorgando una a
cambio de otra que se necesitara o quisiese. El poco desarrollo de las
sociedades de entonces, no demandó en principio una alternativa a este
mecanismo del mercado, sin embargo, con el tiempo, surgió un problema: ¿qué
hacer cuando la mercancía ofrecida no era requerida por nadie?
Se hizo indispensable encontrar
una materia prima aceptada en común, que a la vez permitiera de manera
indirecta hacerse de los bienes finalmente deseados. Esa mercancía, en una
palabra, se convertiría de esta forma en lo que hoy conocemos como dinero.
A lo largo de la historia se han
utilizado granos de cacao, sal entre muchas otras mercancías que, con el
tiempo, se fueron descartando por sí mismas para dar paso siempre a dos, que por
sus características, cumplen mejor que
todas con las funciones del dinero: el oro y la plata.
Quizás sea este origen tan
antiguo el que lleve a muchos “sofisticados” economistas de nuestra era, a
despreciar a los metales preciosos. No obstante, nada hay nada mejor que contar
en las propias manos, con un bien que pase lo que pase, nunca llegará a valer
cero, como las divisas fíat (de papel, plástico, digitales, etc.) que todos
conocemos y usamos hoy en día.
Esta posesión constituye una
legítima propiedad privada, y como tal, la expresión más amplia de la libertad
de las personas para conservar, guardar o gastar en lo que les plazca, el fruto
de su trabajo o aventura empresarial. El principio es muy sencillo: nadie puede
crear, cultivar o reproducir metales preciosos de la nada, de manera que el
valor de los que se tienen pueda esfumarse –por las leyes de la oferta y la
demanda, en un instante.
Es justo este aspecto relativo a
la conservación del valor, lo que ha llevado a los bancos centrales a dejar de
ser los vendedores de oro que fueron por años, a compradores netos en el
segundo cuarto de 2009, en medio de la peor parte de la crisis.
No podemos soslayar que desde
entonces, gobiernos y bancos centrales de todo el mundo, están enfrascados en
una lucha inútil por revertir los efectos de la gran recesión, utilizando las
viejas herramientas que los enemigos del oro les han recomendado siempre:
déficits públicos e impresión monetaria (flexibilización cuantitativa o QE, en inglés).
¿Puede más de lo mismo solucionar
un problema que ellos generaron? La respuesta es no.
Pese a que ninguno de los
titulares de bancos centrales se atreverían a admitirlo en público, la realidad
es que sus hechos nos hablan de una pérdida de confianza en las divisas
consideradas como “reserva”, encabezadas por supuesto por el dólar
estadounidense.
No se puede confiar, como ya se aludió antes, en lo que sí puede ser creado sin fin, y con ello, perder su valor. De ahí que haya dado comienzo sobre todo en las naciones en desarrollo, un juego de diversificación pronta fuera de esas divisas.
No se puede confiar, como ya se aludió antes, en lo que sí puede ser creado sin fin, y con ello, perder su valor. De ahí que haya dado comienzo sobre todo en las naciones en desarrollo, un juego de diversificación pronta fuera de esas divisas.
En 2012 esta tendencia se está
consolidando. Tan solo en el segundo trimestre, el apetito por oro del
denominado “sector oficial” (bancos centrales) de la demanda, se disparó a más
del doble (161 toneladas) respecto al mismo periodo del año previo, y según el
último reporte del Consejo Mundial del Oro (WGC,
por sus siglas en inglés), esa avidez siguió fuerte pese a haberse moderado
en el tercer trimestre a 97.6 toneladas, alrededor del 9% de la demanda total
del metal.
En este tercer cuarto, destacan
las compras de Brasil (1.7 tons.) que no adquiría oro desde junio de 2005; la
de Paraguay (7.5 tons.) que la llevó a incrementar en más de 10 veces sus
reservas; y la de Corea del Sur (16 tons.), que juzgó de forma correcta que
“las condiciones del mercado eran buenas”.
De acuerdo al WGC, la demanda del sector oficial, que
de enero a septiembre totaliza así 374 toneladas (cifra preliminar), continuará
siendo “un pilar muy sólido de la
demanda futura”. Y no hay duda de ello, 2012 podría así terminar con un
récord que podría superar las 457 toneladas de 2011, algo no visto desde los
lejanos años ´60 del siglo pasado.
Cabe destacar que pese a sus
cuantiosas compras, para la mayoría de los países sus tenencias de oro significan
aún una porción muy pequeña de sus reservas internacionales, por ejemplo:
México, 4%; Corea 1%; China 2%.
Este último caso es muy
importante, pues no solo China junto con India constituyen los mayores
demandantes del metal, sino que además no ha hecho declaraciones públicas
respecto a sus reservas áureas en casi cuatro años. Se supone que sus tenencias
ascienden a 1,054.1 toneladas (el 2% del total), pero su silencio despierta
suspicacias. ¿Tendrán los chinos mucho
más oro del que dicen tener?
Como sea, la lección y el mensaje
son claros: si hasta los bancos centrales, que por lo general son torpes en sus
decisiones, saben que deben estar menos en divisas de papel y más en el metal
amarillo, es apremiante que cada persona, a escala individual, acumule sus
propias reservas en oro (o plata), pues mañana, quizás, podría ser muy tarde.
Muy interesante Guillermo
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