Guillermo Barba/Oroplata.com
Esta semana se dio a conocer un
comunicado del llamado G7 –grupo de
los siete países más industrializados, con
el que intentaron decirle al mundo lo comprometidos que están con el “libre
mercado” en cuanto a divisas se refiere. Lo malo para ellos, es que bien se les
puede aplicar el viejo refrán: explicación
no pedida, culpabilidad manifiesta.
Y es que en materia de política y
poder, no existen las casualidades ni los dichos al aire.
De esta forma, los miembros del grupo
(Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón, Canadá e Italia) se han declarado
implícitamente como lo que son: manipuladores
del mercado de divisas.
¿Puede llamarse diferente a
quienes ya sea de modo hipócrita o descarado, se han pronunciado por devaluar
sus monedas para “coadyuvar” a la competitividad de sus economías?
Aunque los titulares en las
últimas semanas han sido acaparados por Japón, desde la llegada del nuevo
primer ministro Shinzo Abe, la realidad es que quien ha liderado desde el
comienzo de la crisis la ahora negada “guerra de divisas”, es la Reserva Federal estadounidense (Fed).
Sus rondas de “flexibilización
cuantitativa” (QE, en inglés), que han expandido a niveles sin precedente su
hoja de balance, no son más que simple y llana impresión monetaria con el
objetivo de comprimir los tipos de interés y de depreciar al dólar, para “estimular”
la recuperación.
De esta manera, mientras Estados
Unidos sea el principal manipulador de divisas, nadie se atreverá a llamar las
cosas por su nombre. No obstante, su búsqueda por devaluar la principal divisas
de reserva, solo puede forzar a todas las demás naciones a hacer lo mismo.
Por más resistencia que se quiera
oponer, la apreciación relativa de sus divisas locales es un mal que nadie
quiere padecer.
No al menos cuando eso significa
que sus exportaciones se encarecerán, y al reducirse, tendrán un impacto
negativo en sus propias economías.
Por eso no sorprende que aunque
ante el público el G7 haga pronunciamientos de mutuo acuerdo, del otro lado,
uno mucho menos visible para los ojos no informados, sus principales bancos
centrales se encuentren atrapados ya en
el callejón sin salida de las devaluaciones competitivas.
A final de cuentas, quedará
demostrado que los intereses de cada uno estarán siempre antes que los de cualquier
amistad o alianza con extranjeros. Lo que se diga en contrario, es mentira.
¿O será que Francia y Alemania
estén muy contentas con un euro fuerte, cuando su respectivos PIB se
contrajeron en el último cuarto de 2012? Todos terminarán entrando al juego.
La parte desconocida para la
mayoría, es que nunca antes en la historia de la humanidad ha tenido éxito el tratar
de revivir una economía enferma imprimiendo
billetes, como se hace ahora. Intentos, ha habido muchos.
Con una certeza del cien por
ciento, cada vez que se ha escuchado la frase “hace falta más dinero”, para
crearlo de la nada y expandir el crédito, el resultado ha sido la ruina y
miseria generalizadas. Esta vez será igual.
En todo caso, la novedad es que
por primera vez ese fenómeno es universal y no local. De ahí que la existencia
misma de millones de habitantes de la Tierra esté en peligro: en esta ocasión
no es un país sino todo el sistema el
que ve el tiempo correr en contra para su colapso.
El nombre para esa caída es lo de
menos. Expertos y gurús financieros como Mike Maloney y Bill Gross –que lo ha
llamado la “Supernova del crédito”, no han dejado de advertirlo.
La mega expansión crediticia que
comenzó al abandonar lo que quedaba del patrón oro en 1971, solo puede terminar
con un colapso de las mismas o mayores proporciones.
Esa, es la deflación (contracción del crédito, o si se le quiere ver,
condonación o extinción de deudas impagables) que los bancos centrales pretenden
combatir con flexibilización cuantitativa, pero que no podrán evitar.
Ese reinicio es indispensable
para que, después, pueda comenzar una auténtica recuperación con bases sólidas
y reales. Fingir que se puede sortear la depresión con simples políticas
fiscales y monetarias que a la larga posponen y empeoran todo, es otra falacia.
Lo único que conseguirán al final
del día es inflar otra burbuja, esta
vez, en los activos tangibles que por su propia naturaleza, no pueden ser
reproducidos como las divisas sin respaldo.
No por nada, otros grandes inversionistas
como Jim Rogers han insistido: “no vendan su oro ni su plata”.
Esos metales son un verdadero
depósito de valor que ya acumulan meses en fase correctiva, que a muchos
decepciona. Sin embargo, es crucial conservarlos físicos en propia mano, y
aprovechar cada baja mayor para acumular más.
Los manipuladores del mercado no se detendrán, y por tanto, tampoco su
mercado alcista. El final del camino, la vida de este “toro” de oro, aún
será larga.
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