Imagen: Swissinfo.ch |
Es innegable que existe en el
mundo, una creciente ola de países que comienzan a demandar la repatriación de
sus reservas soberanas de oro. Esto no debe parecernos raro, pues vivimos en un
ambiente de crisis, causada precisamente por la corrupción del sistema
monetario actual, que pretende seguir expandiendo al infinito el crédito, las deudas y el consumo. Un
absurdo.
De ahí que las principales
medidas de “estímulo” para la decadente economía actual, sigan siendo el
deprimir de forma artificial las tasas de interés –que deberían ser
determinadas por el libre mercado, el gasto público deficitario y la impresión
monetaria sin límite (QE, o Quantitative Easing en inglés).
Esa concepción de “dinero
infinito” es muy destructiva, pues si bien se pueden imprimir tantos billetes
como se desee, no ocurre lo mismo con la riqueza que estos pueden adquirir,
pues es finita y escasa. De este
modo, lo único que le queda al dinero de papel, para compensar su exceso, es la
devaluación.
Entonces, ¿por qué se sigue recetando
la misma dañina y fracasada medicina?
La respuesta tiene que ver con
los juegos del poder. Y es que esa
creación desmedida de divisas (dinero fíat), desde luego, beneficia en gran
medida a unos cuantos que son los que primero lo reciben –como los grandes
banqueros y gobiernos derrochadores, a quienes poco importa que se merme de
modo irreversible el poder adquisitivo de las mayorías.
Los tiene sin cuidado por una
razón: el robo es sigiloso, pues
llega disfrazado en forma de alza de precios, algo a lo que toda persona en el
planeta ya se ha acostumbrado. Es más, esa “normalidad” ya ni siquiera es
cuestionada. La estabilidad de precios queda como una mera aspiración en las
leyes y mandatos de bancos centrales como el de México.
Lo que todo lo anterior nos dice,
es que más que nunca necesitamos al único dinero real en el sistema, a la
divisa que cumple con todas las funciones dinerarias que las demás tienen, pero
con una cualidad que la hace superior a todas: no puede ser reproducida a voluntad. Nos referimos por supuesto, al oro.
Ese enemigo indeseable del
dispendio, que justo por ello fue “pateado” fuera del sistema, será al final de
este trágico experimento el último
refugio de pie.
Así fue, ha sido y seguirá siendo
siempre, como lo demuestra la fuerza implacable de la historia. Nada de esta
crisis es nuevo, excepto que por primera vez la impresión monetaria es global,
y por ende, serán iguales sus terribles alcances de miseria y destrucción.
Aún son pocos los que anticipan la
llegada de este “día del juicio”, pero no por eso han callado. Sus voces se
hacen sentir por diversas latitudes, advirtiendo del peligro y de la necesidad
de que como medida de autodefensa, personas y naciones se preparen con “escudos” de oro, y de su eterna compañera la plata.
En este sentido, puede entenderse
por qué la corriente que demanda la repatriación del oro a sus respectivos
territorios, va adquiriendo fuerza.
Llegado el día crítico, ¿alguien
cree que las grandes potencias como Inglaterra o Estados Unidos, que se supone son
los principales custodios, lo van a entregar a sus propietarios cuando lo
soliciten? Valdría la pena recordar que Estados Unidos ya incumplió antes,
cuando en 1971 declaró que ya no entregaría más oro a cambio de sus propios
dólares. Insistimos, nada de lo que se atestigua hoy es “sin precedentes”.
Pero vayamos todavía más lejos.
¿Se puede confiar en que tienen ese oro, cuando los propios bancos centrales como
Banco de México, tienen simples papeles que los acreditan como dueños de
lingotes que ni siquiera han comprobado
que existan?
No. La única manera es contar con
el metal áureo en propias manos, y por eso, naciones tan diferentes como
Venezuela y Alemania ya han demandado su repatriación. La primera ya la ha
concretado, pero el Bundesbank de forma inexplicable lo hará de forma
paulatina, hasta tener la mitad de su oro en Fráncfort hasta 2020.
Ahora es Suiza. Esta semana, un grupo ha entregado más de 106 mil firmas a las autoridades federales, buscando un voto nacional que permita
detener la venta de sus reservas áureas, y el traslado de sus barras, que se
supone están en gran parte almacenadas en la Unión Americana, al Banco Nacional
Suizo (SNB).
La iniciativa busca asimismo que
su Constitución, obligue al banco central a mantener un mínimo de 20% de sus activos en oro, el doble del nivel actual,
y que el gobierno revele abiertamente en qué otros países se encuentran sus
reservas.
El parlamentario Luzi Stamm lo ha
dicho de modo contundente: “las reservas de
oro garantizan la estabilidad del Franco suizo. Aseguran que los ahorros
privados, salarios y pensiones conserven su valor”, y que “solo está manos seguras si lo mantenemos en
Suiza”.
Esperemos que aquí, Banco de
México detenga ya la venta del muy poco oro físico que está en el país, incremente su posición aprovechando los bajos
precios actuales y ordene la repatriación de esa valiosa parte de nuestro
patrimonio nacional. El tiempo y la crisis, no se detienen.