Foto: Sexenio.com.mx |
Ayer el secretario de Hacienda y
Crédito Público, Luis Videgaray Caso, dejó en claro que el gobierno de la
República no puede hacer un “rescate” de estados o municipios quebrados o con
problemas financieros. Esta decisión expresa, para decirlo con claridad, que el
funcionario no es un “tecnócrata” como algunos lo han calificado, sino algo muy
distinto: un político con inteligencia
financiera.
Esta, por cierto, un bien escaso
que no se adquiere con grados académicos.
La historia no solo de México
sino de muchos países alrededor del mundo, y el momento presente, así lo demuestran. Sobran los ejemplos de maestros
o doctores en economía, formados en las universidades más prestigiadas, que han
tomado decisiones de gobierno que atentan contra el elemental sentido común.
Sobra decir que siempre, el
resultado de querer desafiar las fuerzas naturales de la economía y del mercado
con la de la política, es un desastre que crece en proporción directa a la
gravedad del error.
Por eso, es muy positivo que el
encargado de las finanzas nacionales, cumpla bien con la tarea encomendada por
el presidente de la República.
Pero, ¿por qué es un sinsentido “rescatar” no solo municipios o
estados, sino empresas o países enteros en quiebra?
La respuesta no es difícil: en la
economía como en la vida, nada es gratis ni existen las inversiones de “riesgo cero”.
Es muy importante entender esto,
porque en ocasiones por la premura de querer solucionar un problema, se empeora
otro mayor. Se pierde de vista que un “rescate” es, de hecho, la asunción de un
compromiso, una deuda, por parte de un tercero que en el inicio no estaba
involucrado, y que por tanto, no tiene por qué asumirla. Con las suyas, ya
tendrá suficiente.
Ver esto en el plano personal, es
elocuente: a nadie le parecería ser forzado a entrar a “apoyar” a un vecino a
liquidar su hipoteca, cuando por su irresponsabilidad en el gasto ya no pudo
seguir pagando. Los costos, en este caso, deberían correr a cardo del deudor,
que podría perder su casa y activos, y del acreedor o acreedores, que perderán
seguramente una parte del dinero prestado. Nadie más.
Así es como deben funcionar las
cosas en el mercado. Es la forma en que éste logra su equilibrio pues, una vez
admitida la bancarrota, el ciclo puede reiniciarse desde cero, es decir, con
bases sólidas tras las cuales, todos se pueden recuperar. No es el fin del mundo, es lo normal.
Sin embargo, esta realidad es la
que una y otra vez se han negado a aceptar gobiernos como el de Estados Unidos
o los de la Unión Europea, que pretenden salir de una crisis creada por exceso
de gasto y deuda, “salvando” economías o grandes bancos con cargo a sus
ciudadanos.
En otras palabras, se empezó con
un problema y se terminó con otro más grande con cargo a quien no la debía, y
que más tarde, quebrará también.
Pero la pregunta es, ¿tiene
incentivos a cuidarse de los riesgos, alguien que sabe que cuando entre en
problemas alguien más pagará por él?
Igual aplica para los
prestamistas: ¿se sentirán muy motivados a seleccionar a sus clientes, sabiendo
que en caso de apuros el gobierno saldrá al quite?
Por eso existen las tasas de
interés. Alguien con mayor fortaleza financiera y buen historial, merecerá una
mejor que otro menos favorecido, pero para que ese mecanismo funcione como debe
es fundamental que se establezca en un mercado auténticamente libre. Imponerlas, es un engaño.
En este sentido, podrá
comprenderse mejor por qué manipular los tipos de interés a la baja con el
pretexto de “estimular” la economía –como lo hace la Reserva Federal de Estados
Unidos, el Banco Central Europeo y el de Inglaterra por citar algunos, solo
puede tener efectos devastadores: se parte de la misma falacia del riesgo cero,
cuando lo que se vive es producto de una burbuja de crédito que ha reventado, y
que se pretende de manera inútil volver a inflar. No se puede apagar un incendio rociando gasolina.
Ahí radica la urgencia de ajustes
legales que el presidente Peña Nieto anunció desde su toma de posesión, antes
de que el tema del financiamiento de estados y municipios se vuelva
inmanejable, pero también, antes del siguiente coletazo de la crisis global que
dista mucho de acabar.
Poner orden es indispensable, tanto
como que los gobiernos estatales y ayuntamientos pongan manos a la obra en el
mejoramiento de su recaudación y el recorte de sus gastos. El dispendio, bajo
el pretexto que sea, no tiene justificación.
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