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Hace un par de meses le anticipé que el creciente conflicto entre Ucrania y Rusia podría tener como consecuencia para la primera no solo el perder la península de Crimea, algo que ya se consumó, sino también una parte muy importante de su territorio, la oriental, que económicamente es crucial. Hoy, este peligro está más vivo que nunca. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el 30 por ciento de la producción industrial ucraniana se concentra en dicha región.
Esta semana el propio FMI autorizó ya un préstamo por 17 mil millones de dólares (mdd) al gobierno de Kiev para poder hacer frente a los compromisos financieros que lo tienen ahorcado. Del monto autorizado el primer desembolso será de 3.2 mil mdd, y 2.2 mil mdd se usarán para pagar a la empresa estatal rusa Gazprom que les provee de gas natural, y para pagar futuras importaciones. No olvidemos que además, Moscú ha presionado elevando el precio del energético a 485 dólares por 1 mil metros cúbicos en este trimestre, más que el precio del mercado europeo.
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, ha reconocido que este préstamo tiene sus riesgos, y no es para menos. Por ello esa institución, famosa por las duras condiciones que impone para el otorgamiento de sus créditos, está en su juego presionando al límite al gobierno ucranio, al extremo de parecer que lo impulsa a combatir por no perder el control económico- político del Oriente. De ocurrir, financiamiento adicional sería indispensable para recomponer la maltrecha situación financiera del país, advirtió.
Es evidente que Ucrania se arriesgó en su sueño por ser “más europea” y menos “rusa”, cedió a la tentación del canto de la sirena americana –al ritmo de Washington que propició y alentó los disturbios en la plaza de Maidán, y perdió. La pésima noticia para el pueblo ucranio es que a estas alturas ya no solo no deben preocuparse por intentar recuperar lo que les han quitado –como la península de Crimea, sino por no perder todavía más. Por desgracia, eso parece inevitable.
El propio presidente en funciones Turchynov, ha admitido que “el gobierno no controla la situación en (la ciudad de) Donetsk ni en parte de la región de Donetsk”. Fuerzas del orden están cambiando de bando en apoyo a los separatistas pro-rusos, en lo que es una evidente aplicación pragmática del viejo dicho: si no puedes vencerlos, únete a ellos.
Cabe recordar que las regiones orientales son de mayoría étnica rusa, que con la escalada de tensiones entre Occidente-Ucrania y Rusia, fueron segregados al punto de prohibir la lengua rusa para uso oficial. Está claro que con una mayoría que simpatiza con Moscú, y el miedo a las represalias que por fuerza tendrían que venir de las tropas leales a Kiev, las probabilidades de una solución que deje intactos los límites territoriales como los conocíamos antes, se reducen con el paso del tiempo.
Estas regiones aceptarán todo el apoyo que los rusos les otorguen tras bambalinas, incluyendo las armas, y pugnarán por una independencia, real o de facto, del gobierno central. Lo de menos será formalizar después una posible anexión a la Federación Rusa.
Sume a todo lo anterior que las sanciones de EEUU y Europa contra Rusia en nada contribuyen a una salida pacífica y tranquila, y tiene usted la mesa puesta para un conflicto duradero, doloroso y en la que el presidente ruso Vladimir Putin, tiene todas las de ganar.
Pese a las advertencias americanas de más sanciones, es casi imposible que Washington se involucrara en un nuevo conflicto bélico a causa de la endeble economía que tiene, a sus mercados bursátiles en zona de burbuja y ante el temor, disimulado, que tiene del posible contraataque económico-financiero de Moscú.
Al reconocer estos riesgos, la administración Obama está haciendo lo posible por mantener a China, su otro rival, al menos en territorio neutral. Lo malo para él es que sus propias acciones han reforzado los lazos entre Rusia y China, que tarde o temprano terminarán por hacer sus acuerdos ignorando a la todavía máxima potencia global.
Ucrania pierde, Rusia gana, Estados Unidos y Europa minimizan costos económico-políticos y al final, el problema central del sistema financiero y monetario mundial sigue en endebles condiciones. Con o sin guerra en el Este europeo, el reloj sigue su marcha y se acerca el momento del recrudecimiento de la crisis. Que nadie lo pierda de vista.
Lo más triste de todo esto son: las personas que viven ahí. Sean de la etnia que sea. A fin de cuentas ellas pagan los platos rotos, que más bien son vajillas enteras.
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