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Guillermo Barba/Oroplata.com
La semana pasada el Banco de
Japón (BoJ, por sus siglas en
inglés), anunció otra ampliación de su estímulo monetario, la tercera en cuatro
meses y la quinta de este año, por un monto de 10 billones de yenes, con lo que
su programa de compra de activos y préstamos ascenderá a 101 billones de yenes.
Esta ronda es la versión japonesa
de la flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, que ya va en su fase cuatro (QE4).
Cabe señalar que con este
mecanismo, la Fed estará inyectando (“imprimiendo”)
85 mil millones de dólares mensuales a través de la compra de bonos del tesoroy activos respaldados en hipotecas (MBS), con lo que su hoja de balance se
acercará a los cuatro billones de dólares para finales de 2013.
La medida del BoJ, desde luego, no es nada nuevo, pero
nos sirve de botón de muestra del juego que en el futuro le seguirá deparando a
la propia Fed: una vez que se cae en la trampa de la creación monetaria, no se puedesalir. Se seguirá el mismo camino hasta las últimas consecuencias, que no
hace falta decir, serán muy graves para los inversionistas desprevenidos.
Lo mismo aplica
para el “cáncer” del déficit fiscal: si esa oscura dupla déficit-inyección
monetaria funcionara, Japón tendría una economía pujante, y no llevaría
acumuladas ya dos “décadas perdidas”. Una evidencia más de que para los
keynesianos y monetaristas, jamás es bastante profundo el agujero del que más
tarde, no habrá escapatoria sin castigo.
Estos pocos datos
son prueba suficiente: al mes de septiembre pasado, el BoJ tenía ya en su poder el 11.1% del total de bonos
gubernamentales, según sus propias cifras. Por primera vez, esas tenencias
rebasan los 100 billones de yenes, un máximo histórico.
En los hechos,
eso equivale a haber financiado, es decir, pagado con yenes creados de la nada,
11 de cada 100 yenes con los que se endeudó el gobierno para cubrir su continuo
déficit fiscal. Y serán más.
El propio BoJ atribuye estos desbalances a los
bajos ingresos públicos, producto de la larga depresión económica, y al
incremento en los beneficios de la seguridad social de una nación que envejece con
rapidez.
Todo esto,
ocurre mientras Japón tiene ya un ratio de deuda/PIB de 230%, mucho más elevado
que el de Grecia, Italia, Portugal e Irlanda, cuyas “bombas” ya explotaron. La
relativa confianza que hasta ahora han tenido los mercados en ese país, por
supuesto, no será infinita.
Para decirlo de
la manera más realista, la deuda soberana que ya sobrepasa los mil billones de
yenes, es impagable, y llegar a esos niveles no evitó el desastre, solo lo aplazó.
No obstante lo
crítico de su situación, el entrante liderazgo del Primer Ministro Shinzo Abe, se
muestra muy agresivo en su intención de llevar la política monetaria y fiscal a
niveles insospechados.
En esta locura
de poder, característica de aquellos que piensan erróneamente que el gobierno
puede manipular la economía a voluntad, Abe ha declarado que “reinflará” la
economía con aquellas herramientas, llegando al punto de presionar al BoJ con la pérdida de su independencia,
si no garantiza “ilimitada” creación
monetaria y un objetivo de inflación de 2%.
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Más que nunca,
una crisis de divisas acecha al país del Sol Naciente.
Un eventual desplome desu mercado de bonos, forzado por el propio mercado, pondrá tarde o temprano en
graves aprietos a las finanzas japonesas, pues hoy sus rendimientos están en
niveles mínimos (alrededor del 0.8% a 10 años), pero al dispararse las tasas (con
esa caída de bonos), seguirse financiando será una tarea que se volverá
imposible.
¿Acaso será esa
la verdadera meta del nuevo gobierno?
Hay quien dice
que Japón debe la gran mayoría de su deuda “a sí mismo”, gracias al ahorro de
sus habitantes, y algo hay de cierto.
Pero justo por
ello, la clara decisión de “matar” al yen, que ayer tocó mínimos de 27 meses
frente al dólar estadounidense, tiene tintes que van mucho más allá de la
inmoralidad económica, pues ¿cómo se le puede
llamar a la política de un gobierno, decidido de forma abierta a devaluar su moneda?
¿Sabrán los japoneses que la idea de los estímulos, es llevar la deuda al
extremo de no poder pagarles lo que se les debe? Porque justo eso es lo que ocurrirá: un fraude para los
ahorradores.
El resultado,
claro está, será una depresión más acentuada que llevará a más décadas perdidas
y al empobrecimiento de sus ciudadanos.
Como es
evidente, en esta “guerra de divisas” no hay amistades que valgan. Estados
Unidos y Japón, por ejemplo, podrán ser aliados en muchas cosas, pero debajo de
la mesa todos maquinan cómo correr mejor, y más rápido, en esta perversa
carrera de devaluación monetaria. Nadie quiere una divisa fuerte.
El mundo está de
este modo, inmerso en un riesgo sistémico que amenaza la existencia de millones
de seres humanos. La montaña de deuda que se ha acumulado parece no tener fin, pero habrá de caer por su propio peso.
La lejana causa
original de esta tragedia, para muchos desconocida, subyace primero en la
remoción forzada de la plata del sistema monetario, ocurrida en el siglo XIX, y
que un siglo después echaría también al oro en 1971.
Ambos metales
preciosos (como señala el Prof. Antal Fekete en su artículo más reciente “The Silver Saga”), constituían “el
mejor extintor de deuda que teníamos”, el “Apocalipsis” de hoy.
Por tanto,
poseerlos tiene más sentido que nunca pues al ser el dinero real, tangible, que no se puede crear de la nada como las
demás divisas, seguirán siendo un refugio de supervivencia monetaria para el
patrimonio de cualquier persona, en Asia, América o donde sea. La alternativa,
ser aplastado por el castillo de naipes de la deuda, es una pésima opción.
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