En épocas de crisis económica,
son muy pocos los que logran sacar provecho de la situación, mientras que la
gran mayoría de ciudadanos sufre inerme las consecuencias. De entre ellas, una
de las más graves suele ser la aniquilación del poder de compra de su divisa, y
por tanto, de los ahorros de aquellos que con mucho esfuerzo, lograron
acumularlos.
Lo peor de todo es que esa
pérdida de poder adquisitivo no ocurre por arte de magia. Es en cambio, una
especie de robo cruel que, dependiendo de la velocidad con que se presente,
puede ser lento y sigiloso o abierto y desesperado.
La pérdida de valor de esa divisa
se expresa en la subida de los precios: cada día se requiere más y más billetes
para comprar una misma cantidad de algo. De esta forma, en la carrera entre
precios y salarios, los primeros siempre llevarán la delantera, pues se van
ajustando a lo largo del tiempo, mientras que los segundos siempre irán detrás
queriendo alcanzarlos.
Este fenómeno al que nos hemos
acostumbrado, tiene su origen en la expansión del crédito y por tanto, en la
creación de dinero fíat, es decir, de papel, digital, etc., pero sin respaldo
en dinero físico, cuyo rol natural en la historia ha sido desempeñado por el
oro y la plata.
Este error es fundamental, pues los
metales preciosos por más que se quiera, no pueden ser reproducidos al
infinito, los billetes y sus ceros, sí.
Ello conducirá siempre a la
irresistible tentación de gastar de más, pues, ¿quién quiere restringir el
gasto y sacrificarse en ahorrar, cuando todo se puede pagar con divisas creadas
del aire “respaldadas” en mera deuda?
Lo malo, es que eso no se puede
hacer al infinito impunemente. El castigo de las leyes naturales de la economía,
es el incremento de los precios, es decir, la pérdida de valor de esa divisa,
en proporción directa a la cantidad impresa y a la rapidez con que ésta se
ponga en circulación.
En el largo plazo, la tendencia
es a la destrucción total del valor de aquella, y de este modo, el robo se
consuma.
¿Quiénes son los más afectados?
Aquellos considerados como “clase media”, pues los más pobres poco tienen que
perder ya, y los ricos, con sus activos, siempre podrán conservar gracias a
ellos, algo de su riqueza.
Como podrá entenderse, un esquema
como este basado en la expansión perpetua del crédito, no es sustentable, pues
tarde o temprano las deudas se tienen que pagar. El tiempo que nos está tocando
vivir es justo ese, el del pago de esas facturas que en el pasado, permitieron sobre
todo al mundo Occidental vivir hipotecando el futuro.
Lo más grave, es que esto
significa el fin de una gran era de la humanidad, y por tanto, profundos
cambios en nuestra civilización.
Por todo ello, es más urgente que
nunca volver a las bases, a lo real, a lo que la naturaleza económica ha
probado que funciona: la verdadera economía de mercado libre, con dinero
honesto.
La probabilidad de que esto se
logre eliminando de un plumazo las divisas fíat, es nula. Sin embargo, un gran
avance en el sentido correcto, sería la monetización de uno de los metales
preciosos, el más popular y ninguneado con el apelativo de “el oro de los
pobres”: sí, la plata.
El prominente empresario Hugo
Salinas Price, es el autor original de la Iniciativa legal que permitiría
monetizar este metal en México, pero la misma medida podría ajustarse para ser
aplicada en todas las Américas.
En esencia, el plan consiste en usar
una moneda, por ejemplo la de una onza de plata pura o de fracciones de ella,
que no tenga un valor nominal en su cara. Esto haría que su circulación fuera
permanente, y no ocurriera como con las antiguas monedas “con plata”, que
cuando el valor de la que contenían rebasó el que tenían grabado, fueron a dar
las fundiciones.
Por ley, se establecería un valor
de cotización monetaria siempre ligeramente superior al del metal fino que
contiene, y que solo se podría ajustar hacia arriba conforme aumente el precio
de la plata en el mercado internacional. Si este bajara, permanecería sin
cambios hasta que volviera a subir.
En otras palabras, estas monedas
flotarían para conservar, en todo momento, el poder adquisitivo de sus
tenedores. Algo así, por supuesto, lo que alienta es el indispensable ahorro de
la manera más sencilla que puede haber, y “a la antigua”.
Es importante destacar que en
caso de caída del precio de la plata, no se ajustaría a la baja el valor legal
de las monedas en circulación, pero esto no afectaría en absoluto. Como
cualquier otra que vale más que su valor metálico, seguiría circulando sin
problemas para realizar pagos, sin dejar de tomar en cuenta que en realidad, se
utilizarían muy poco.
La llamada “Ley de Gresham” así
lo asegura. Como las divisas de papel y el dinero real estarían “compitiendo”,
la gente atesorará la plata y gastará los billetes. La primera, solo sería
usada como último recurso, pues su finalidad será guardarla para después,
cuando valdrá más.
Ojalá que estas propuestas muevan
la conciencia de muchas mentes brillantes en nuestro continente, y las empujen
en sus respectivos países. Tener dinero auténtico en nuestras manos, en
definitiva, es algo que todos merecemos.