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El domingo pasado el presidente
Enrique Peña Nieto dio a conocer siete acciones “en favor de la Economía Familiar”
(sic). De entrada bajaron las tarifas de luz tanto para hogares como para
negocios. Este año tampoco habrá más gasolinazos ni se pagan ya costos de larga
distancia en llamadas telefónicas, gracias a la reforma de Telecomunicaciones. 10
millones de familias recibirán una televisión digital para prepararse para el
apagón analógico, y se anunció la puesta en marcha de un programa de impulso a jóvenes
emprendedores, así como apoyos financieros para impulsar el desarrollo de
viviendas. Por último, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, ya cuentan con un trato
fiscal preferencial, y se crearán tres zonas económicas especiales, con la
intención de generar más actividad productiva y empleo.
Aunque todo esto en apariencia
suena bien, una revisión un poco más detallada de este catálogo de medidas nos
revela que, por un lado, hubo decisiones con ánimo demagógico –como las bajas en costos de la luz; por otro,
beneficios que no dependían de la buena voluntad presidencial –como la
suspensión del cobro de larga distancia en llamadas telefónicas– y por último,
ocurrencias que no solo no beneficiarán gran cosa a los estados del Sur, sino
que podrían convertirse en una costosa carga: los elefantes blancos de las Zonas
Económicas Especiales.
Sobre la baja de 2 por ciento en tarifas
eléctricas, ya el diputado presidente de la Comisión Especial Sobre el
Suministro y Cobro de Energía Eléctrica en el DF, Alejandro Ojeda, lo decía muy
bien hace unos días: trae una trampa.
Y es que se reduce de 150 a solo 75 kilowatt-hora el llamado consumo básico, el
medio bajará de 280 a solo 65 kW-hora adicionales y el excedente se cobrará a $2.859
por unidad. En otras palabras, sólo los hogares de muy bajo consumo sentirán un
“ahorro” mínimo mientras el resto, podría ver dispararse el cobro en su recibo.
Es obvio que la gente no tardará en darse cuenta del engaño.
Prueba de que recortar tarifas
eléctricas se trató de una decisión populista de escritorio y no de un
adelantado beneficio de la reforma energética como se dice, está en el hecho de
que, durante 2014, en todas las previsiones tanto del
director de la Comisión Federal de Electricidad, Enrique Ochoa, como del mismo
Secretario de Hacienda, Luis Videgaray y hasta del presidente de la Comisión de
Energía del Senado, David Penchyna, se estimaba que las tarifas eléctricas bajarían cuando menos hasta 2016 tan
solo por cuestiones técnicas.
Lo que preocupa en el fondo, es que
el presidente está dispuesto a tomar decisiones demagógicas, a cualquier costo,
con tal de recomponer su baja popularidad. Se mata así un triple pájaro de un
tiro porque además de atraer simpatías –además regalando televisores, favorece
a su partido de cara a las próximas elecciones y busca contener el alza de la
inflación. Por cierto, el efecto positivo de la ausencia de gasolinazos será de muy corto plazo en el índice
inflacionario, que seguirá muy presionando.
Este ánimo de quedar bien de los
discursos oficiales, revela entre líneas que las intenciones del gobierno
podrían llegar incluso a las esperadas grandes alzas en el salario mínimo que,
como expusimos en el artículo respectivo (“La absurda idea de subir el salario
mínimo”), podría terminar perjudicando a los trabajadores menos
cualificados, elevar el desempleo y la inflación. Un efecto búmeran.
Ahora bien, aquí hemos dicho que
más que “zonas especiales”, sería mucho mejor que convirtiéramos a todo México
en un país económicamente atractivo para
los capitales y la inversión. Así los propios estados del Sur saldrían muy
beneficiados. Debería hacerse pronto. Y es que como sabe, en los meses
recientes ha habido una gran presión sobre el tipo de cambio que ha disparado
el precio del dólar a más de 15 pesos, y la inflación sigue por arriba del 4%. Los
primeros indicios de una crisis mayor, comienzan a presentarse. Ello sin contar
que tanto “estímulo” a la actividad sobre todo en áreas como la vivienda,
podría estar inflando una nueva burbuja en el sector.
En este espacio advertimos a
tiempo que una gran cantidad de capital golondrino había inflado de manera artificial
la Bolsa y al peso, y que tarde o temprano esto se revertiría. Ya está
comenzando a suceder. Existe la percepción de que la Reserva Federal (Fed) de
Estados Unidos comenzará a subir las tasas de interés este año, y eso ha sido
suficiente para que el flujo de capitales ahora vaya hacia el dólar y se
fortalezca. Poco importa que en realidad las probabilidades de que la Fed eleve
las tasas sean casi nulas, pues no
será quien reviente la burbuja en los bonos del Tesoro que ella misma infló.
Como sea, la mejor defensa para
la economía nacional sería convertirnos en algo que todavía no somos, una nación de verdad capitalista, con
un Estado de derecho fuerte, respeto irrestricto a la propiedad privada,
mercados abiertos y libres, donde la participación estatal sea la mínima
esencial para garantizar lo anterior y haya presupuesto público equilibrado con
bajos impuestos. Por desgracia, nada de esto se ha anunciado todavía (ni se anunciará). Se ha dicho que si
acaso, los impuestos bajarían en 2016, pero será casi imposible si se mantiene
el elevado gasto gubernamental, y los precios del petróleo continúan cayendo. Queda
poco tiempo para corregir el rumbo. Ojalá estas voces de advertencia, ahora sí,
sean escuchadas.
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