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Lea aquí la primera parte.
En la entrega pasada dijimos que el mundo atestigua una tremenda lucha entre los partidarios de la libertad y los del sometimiento. En particular, nos referimos a uno de los frentes de esa guerra en la que los todopoderosos banqueros y sus fieles cómplices intervencionistas estatales, pretenden forzar que toda transacción financiera y crédito se realice por medio del sistema bancario. Así, estos aliados ganan por partida doble: unos, recibiendo “depósitos” de los que –gracias al sistema de reserva fraccionaria, se apropian para hacer jugosos negocios con dinero ajeno; y los otros, vigilando cuánto ganan y en qué gastan sus contribuyentes para quedarse con la mayor cantidad posible de tributo.
En la entrega pasada dijimos que el mundo atestigua una tremenda lucha entre los partidarios de la libertad y los del sometimiento. En particular, nos referimos a uno de los frentes de esa guerra en la que los todopoderosos banqueros y sus fieles cómplices intervencionistas estatales, pretenden forzar que toda transacción financiera y crédito se realice por medio del sistema bancario. Así, estos aliados ganan por partida doble: unos, recibiendo “depósitos” de los que –gracias al sistema de reserva fraccionaria, se apropian para hacer jugosos negocios con dinero ajeno; y los otros, vigilando cuánto ganan y en qué gastan sus contribuyentes para quedarse con la mayor cantidad posible de tributo.
De manera que para dichos fines
resulta fundamental limitar cada vez más el uso de medios de pago que
resguardan la confidencialidad de los negociantes, muy en especial, el dinero en efectivo y los metales
preciosos. Bajo el pretexto del combate a operaciones financieras ilegales,
el Estado comienza a criminalizar a los ciudadanos que bajo sus criterios
carguen consigo, guarden o gasten “demasiados” billetes y monedas. Un atentado
contra la libertad y la dignidad de quienes se supone, deberían servir.
Pruebas de que esa tendencia
intervencionista global continúa con ímpetu, las hay por doquier. Suecia por
ejemplo, según reportes publicados en octubre pasado, es ya una economía en la
que cuatro de cada cinco transacciones se pagan electrónicamente o con tarjeta.
Se estima que los suecos podrían tener la
primera sociedad “libre de efectivo” –y de privacidad en movimientos
financieros, hacia 2030. Por supuesto, políticos y banqueros lo ven como el
modelo a seguir.
Pero de este lado del planeta,
Estados Unidos y México tienen ya sus propios “avances”.
Simon Black relató hace unos
meses en su portal sovereignman.com, cómo a John Anderson –un turista californiano que circulaba por una
autopista estadounidense, tras ser inspeccionado por un oficial de policía éste le confiscó más de 25 mil dólares en
efectivo que llevaba en su auto. Cuando el agente vio el dinero le dijo a
Anderson que lo tomaría y amenazó con arrestarlo si protestaba. Un robo estatal
con todas las de la ley. Anderson no tuvo de otra que dejar que se cometiera
este atraco para poderse ir. Black explica que durante dos años la víctima ha
tratado de forma infructuosa de recuperar su dinero. Anderson es solo un afectado
más por la Confiscación de Activos Civiles. Según Black, desde el 9/11 fuerzas
policiales han realizado más de 62 mil confiscaciones sin siquiera imputar
cargos, por un monto superior a los 2.5 mil millones de dólares en efectivo. El
costo de emprender acciones legales contra el gobierno americano es tan
elevado, que solo el 17 por ciento de las víctimas las inicia, y de ellas, solo
el 41 por ciento ha tenido éxito. Una tragedia en una tierra de supuesta libertad,
que no existe más. El Estado pretende controlar y saberlo todo.
En nuestro país la misma
presunción de culpabilidad, y no de inocencia como debería ser, se aplica para
determinadas actividades consideradas como “vulnerables”. Estas se encuentran señaladas
en la Ley Federal para la Prevención e Identificación de Operaciones con Recursos
de Procedencia Ilícita. Para las
actividades vulnerables hay requisitos y prohibiciones que se deben cumplir.
Aquí reproducimos un cuadro ilustrativo publicado en el Portal de Prevención de
Lavado de Dinero de la Secretaría de Hacienda, sobre los umbrales vigentes de
restricción al uso de efectivo y metales preciosos (continúa después de la
imagen) en las siguientes operaciones:
clic para ampliar |
Por cierto, por la
aversión que les tiene, el Estado restringe el pago en metales preciosos porque son
dinero (independientemente de que los haya desmonetizado). Ante ello, al querer limitar la libertad y la confidencialidad, junto al efectivo en la ley ataca también directo al oro y la plata, un dinero por cierto muy superior a su moneda legal.
Ahora, para quienes realicen
actividades vulnerables, la ley aludida establece obligaciones como: darse de
alta y registro ante el Servicio de Administración Tributaria (SAT),
identificar a los clientes y usuarios –con todo y copia de su documento oficial,
presentar los Avisos e informes a la Unidad de Inteligencia Financiera por
conducto del SAT y custodiar, proteger, resguardar y evitar la destrucción u
ocultamiento de la información. Son ya
un policía más.
A propósito de los Avisos, se
presentan por la simple realización de la actividad en unos casos, mientras que
en otros hay un umbral para tal efecto. Se sugiere consultar
aquí.
Jorge García Villalobos, Socio
líder de Servicios de Investigación Forense de Deloitte México, aclara que no
está prohibido comprar artículos suntuosos, pero que la ley establece los
límites al pago con efectivo. Como quiera, con tarjeta o transferencia
electrónica las operaciones se deben reportar a la autoridad. El especialista
explica que México se puso al día con los requerimientos del “Grupo
de Acción Financiera contra el lavado de dinero” (GAFI) y que el mero
aviso, no implica en automático que la autoridad investigará al cliente, “simplemente
es el procedimiento con el cual sabe qué, quién y cómo se están comprando los
bienes”, señaló. Eso sí, el experto concluye que “no se debe ver a esta ley
como la panacea con la que se acabará el lavado de dinero”. Tiene razón.
De hecho, como comentamos en el
artículo previo, el combate a ese tipo de delitos es solo la justificación perfecta para avanzar en el control
estatal sobre la vida de las personas.
La buena nueva es que cada día
son más los que abren los ojos a esta innegable realidad que, al atentar contra
la libertad, pone en riesgo no solo a sus derechos sino al progreso de la
economía misma. Y es que el intervencionismo estatal implica, como es obvio, vulnerar
a conveniencia la propiedad privada desde múltiples frentes –confiscaciones, corrupción
monetaria, impuestos, etc., y sin ella, el
mundo de avances que conocemos, ahorra correrá hacia atrás.
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