Hace unos días el portal de
Techrepublic.com dio a conocer que una empresa china –The Changying Precision
Technology Company, instaló una fábrica en la que más del 90 por ciento de los humanos ha sido remplazado por robots.
La planta está ubicada en la
ciudad de Dongguan, perteneciente a la provincia central china de Guangdong. Su
automatización incluye líneas de producción con brazos robóticos que producen
partes para teléfonos celulares, pero también camiones de transporte autónomos
y otro tipo de equipo automatizado en sus almacenes. La nota reporta que aún
hay gente trabajando en la planta pero haciendo sobre todo labores de
supervisión y monitoreo. De los 650 trabajadores que había al inicio, solo
quedan 60 pero podrían llegar a ser solo 20.
Los robots han producido casi el triple de piezas que antes hacían
los trabajadores y la calidad mejoró: de una tasa de 25 por ciento de
productos con defectos, cayó a solo 5 por ciento.
En este espacio hemos dedicado
semanas enteras a explicar las devastadoras consecuencias de la manipulación de
los mercados –en especial la baja artificial de las tasas de interés- por parte
de los banqueros centrales, encabezados por la Reserva Federal estadounidense. Mucha
gente no se da cuenta que, lejos de estimular la economía por la vía de la
expansión de la deuda, uno de los efectos
colaterales de esa expansión artificial del crédito es el desempleo.
Y es que ante la abundancia de
préstamos y sus menores costos empujados por los bancos centrales, los
empleadores preferirán adquirir más deuda a una tasa menor y comprar maquinaria
adicional para reemplazar a los trabajadores menos cualificados, que continuar
pagándoles. Su costo se incrementó.
Por eso la base del crecimiento
sostenido no puede ser la creación de deuda/crédito y su correspondiente
expansión monetaria, sino el ahorro.
La deuda por definición no puede crecer al infinito porque tarde o temprano se
tiene que pagar.
A diferencia de la deuda, el
ahorro –piedra angular de la formación y acumulación de capital, implica un
sacrificio del consumo presente pero a cambio de una mayor producción y consumo
futuros. En un mercado libre, unos –los ahorradores-, entregan sus recursos a intermediarios
financieros cuyo trabajo es otorgarlos a otros –los emprendedores-, para su uso
productivo.
Por eso es fundamental que
existan mecanismos de contención de la
deuda –como el patrón oro-, y que el gobierno, los bancos centrales y
privados no puedan meter mano en la creación de dinero para obtener ganancias
extraordinarias o expandir el dispendio público. Por supuesto, es vital que
tampoco puedan manipular las tasas de interés.
Sin esos frenos, el resultado es una
continua impresión monetaria y un ciclo repetitivo de auge y crisis económicas,
que por cierto, las voces oficiales atribuirán dolosamente al “capitalismo”, y
los desempleados, a las máquinas. Un gran error.
Lo que sucede es que en el mundo
atestiguamos una automatización extraordinaria como si hubiese sido
consecuencia de abundancia de ahorro –que sí sería sostenible-, pero que en
realidad es crédito y deuda. Esa falsa señal de ahorro abundante provocará
después que muchos de los proyectos actuales que parecen rentables, en el
futuro se descubrirá que no lo eran. Una nueva crisis es inevitable.
Dicho de otro modo, el intervencionismo de gobiernos y bancos
centrales es el gran responsable del desempleo estructural, no el
capitalismo ni los robots. Eso, por supuesto, jamás será reconocido por los
aludidos.
El planeta debe crecer de manera sostenida y tender a
la automatización. Sin embargo, debe hacerlo basado en cimientos sólidos
de acumulación real de capital. Este enriquece a la humanidad y la hace más
libre. El dispendio y la deuda, en cambio, la condenan a prolongar la pobreza y
el sometimiento, algo muy deseado por la gente del poder.
Al mismo tiempo, es indispensable
que haya una garantía de respeto a la propiedad privada –cuya obligación
corresponde al Estado-, pues la apropiación sin límites de lo ganado constituye
el estímulo ideal para la creatividad y la innovación empresarial. De este
modo, los empleos perdidos en las viejas industrias se irán a nuevas, que hoy, ni siquiera imaginamos que puedan existir.
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