Esta semana ha sido de locos para
los mercados del mundo. Primero, el llamado “lunes negro” que comenzó con el
colapso de la bolsa de Shanghái y que causó un auténtico “efecto dominó” hacia
Occidente. Ayer fue otro día de “montaña rusa” debido a que el Banco Popular de China (banco central) recortó sus
tasas de interés y redujo el monto de reservas mínimas que deben mantener los
bancos, por segunda vez en dos meses.
Se supone que la medida del
instituto central chino busca impulsar la economía y sus índices bursátiles.
Sin embargo, la realidad es que a estas alturas las autoridades de Beijing tendrían que haberse dado cuenta, de que
son sus decisiones intervencionistas el origen de la debacle.
Como no lo han hecho –y esta es
la constante de gobiernos y bancos centrales de todo el planeta-, siguen
tropezando y tropezando cada con la misma piedra.
La regla número uno para salir de
un agujero es dejar de cavar más
profundo. Esto es válido para las autoridades chinas, las mexicanas,
estadounidenses, etc., que pese a los desbalances y crisis que ocasionan,
siguen intentando solucionar un problema de exceso de deuda, consumo y crédito, ¡estimulando más de lo mismo!
Un absurdo colosal.
Ahora bien. La explosión de la
burbuja china no fue inesperada para el que lo quiso ver. De hecho, sólo hacía
falta saber el momento en que estallaría, pues luego de haber inyectado crédito
a niveles estratosféricos tras la crisis de 2008-2009, la economía se expandió de
forma artificial. No ha habido burbuja
financiera en la historia que no haya explotado y esta no podía ser la
excepción. ¿Quién la provocó? Los propios chinos, que decidieron “estimular” la
economía con crédito/deuda.
La baja de tipos de esta semana se
suma así a la más reciente serie de decisiones desesperadas de Beijing para
tratar de levantar su maltrecha economía, como la de intervenir directamente el
mercado bursátil y devaluar al yuan.
Pero el más reciente “terremoto”
financiero que ha provocado el “dragón asiático” es en realidad un síntoma más
–no la causa- de la enfermedad económica global. Es el sistema monetario global
basado en el dólar el que está enfermo y
corrompido.
Por eso se equivocan los que
afirman que China desató una nueva “guerra de divisas”. En realidad, sólo se
trata de una nueva batalla dentro de la gran “guerra” que, debemos decir, la
inició Estados Unidos. Esto fue cuando la Reserva Federal (Fed) inició su
programa de inyección de liquidez conocido como “flexibilización cuantitativa”
(QE en inglés) y deprimió las tasas a casi cero por ciento. Su interés
explícito de devaluar al dólar –cosa que logró de manera temporal- fue el
banderazo de salida de la “guerra de divisas”.
La oleada de dólares que la Fed
provocó hacia el mundo, como un auténtico “tsunami” financiero, ahora se le
está revirtiendo. Contrario a lo que piensan en Beijing, devaluar su moneda o
recortar las tasas no mejorará las cosas, sino que las empeorará para ellos, las economías emergentes –incluida la
mexicana- y todo aquello que huela a riesgo.
El vuelo hacia la “seguridad” que
en apariencia brinda el dólar, tenderá a acelerarse antes que a detenerse. Las
probabilidades apuntan a que a pesar del fortalecimiento del dólar y las caídas
bursátiles, la Fed comenzaría su alza de tasas en septiembre. Solo si esto no sucede, podría venir un breve respiro para el peso,
las materias primas, mercados emergentes, etc. No obstante, cualquier
rebote deberá aprovecharse para salir de
dichas posiciones, pues la racha alcista del dólar podría continuar ante la
aparente ausencia de refugios “seguros”.
Por supuesto, los amables
lectores de este espacio saben que en realidad los cimientos del dólar son de
papel –papel de deuda-, por lo que un eventual colapso de los precios de verdaderos
refugios como el oro y la plata, deberán aprovecharse más tarde. Lo peor de la
crisis y una nueva recesión global están por venir. El tiempo de evitar ser
arrollado por ellas, se está agotando.
En México, el gobierno debe de
pensar muy bien las cosas antes de presentar el Paquete Económico para 2016.
Aún no es demasiado tarde para proponer un verdadero recorte que acabe con el déficit fiscal primero, y
prepare el terreno para poder bajar los impuestos. Es el gobierno, no la
gente, quien debe amarrarse las manos.
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