Quien esté por el libre comercio
debe mantener como premisa justo eso, la libertad de intercambiar las
mercancías entre los agentes económicos, sin importar si se están en México,
Estados Unidos, China o España, por ejemplo. La competencia que ello conlleva
por supuesto, tienen como resultado que los beneficiarios sean los
consumidores. Eso es lo mejor porque
todos, sin excepción, lo somos.
Así, aquellas empresas o personas
capaces de satisfacer de mejor manera los gustos, preferencias y necesidades de
los clientes a los precios más competitivos son las que, por mérito propio,
triunfan en el mercado, y qué bueno que así sea.
Es pues de la mayor importancia
que no haya “mano negra” de ninguna autoridad para impedir el libre comercio,
pues cuando hay preferencias y proteccionismo hacia determinados sectores o
empresas privilegiados, la mayoría sale
perjudicada. Lo que se premia con la ausencia de libre comercio es la
ineficiencia de aquellos amigos del poder, que son protegidos con el pretexto
de mantener empleos nacionales. Un engaño que en realidad esconde las complicidades de ciertos empresarios con los gobernantes,
en perjuicio del consumidor, la absoluta mayoría.
Así las cosas, el llamado Acuerdo
de Asociación Transpacífico (TPP, por
sus siglas en inglés), cuyas negociaciones concluyeron esta semana –y a la que
México y 11 países más de la cuenta del Pacífico se han sumado-, se anunció
como un acuerdo histórico de libre comercio. Los países firmantes representan
alrededor del 40% del PIB y un tercio del comercio mundial, lo que nos habla de
su trascendencia.
Sin embargo, indigna que a estas alturas sea más lo que no sabemos del TPP, que lo
que sí. Mala señal. Ni siquiera el Senado de la República conoce todavía el
texto final del mismo, que es guardado celosamente.
Lo que es cierto es que se
negoció a lo largo de 10 años casi en secreto.
Gracias a algunas filtraciones,
este Acuerdo ha levantado mucha desconfianza, pues por ejemplo, se habla de que
protegerá los intereses de grandes empresas transnacionales como las
farmacéuticas, cuyas patentes se
extenderían por más años en perjuicio de la venta de medicamentos genéricos.
No tiene nada de malo --al contrario-, que
compañías grandes expandan sus mercados, pero sí que busquen usar su influencia
para cerrarlos en su beneficio. Eso no
es mercado libre –como se dice y a algunos se engaña-, sino intervencionismo puro disfrazado de aquél.
Ha trascendido también que las empresas
podrían demandar a los gobiernos en tribunales especiales e incluso exigir compensaciones
de impuestos por afectaciones a sus “ganancias futuras esperadas”.
De manera que tenemos que estar
muy atentos para ver qué trae en el fondo el TPP.
En este espacio estamos por el
libre comercio, pero pleno, auténtico. El problema es que el TPP –que fue
creado con la intención explícita de dejar fuera a China-, parece todo menos querer un mercado internacional más libre.
Comercio es intercambio, pero a
juzgar por las primeras declaraciones de los gobiernos al respecto, todos destacan
el grado en que esperan que el Acuerdo les permita “expandir sus mercados”, o
sea, se enfocan en exportar, vender.
Si se ha negociado con el ánimo de “todos vamos a vender más”, sin contemplar
la parte de la compra, es decir, de crecer las importaciones, más temprano que
tarde las tensiones entre países podrían exaltarse.
El TPP huele a neo-mercantilismo
y eso es muy negativo.
En un intercambio ambas partes
ganan porque obtienen mayor valor del que entregan, o de lo contrario, ni
siquiera se efectuaría tal intercambio. Libre comercio –sí vender más pero sobre todo también comprar más- pues,
es un ganar-ganar.
Por desgracia, por doquier se
expande la idea mercantilista de que exportar es “bueno” e importar es “malo”,
al grado de que cuando hay déficits de una parte se sienten “robados”. Pasan
por alto lo obvio: que hay un beneficio con las mercancías que han obtenido,
gracias a las cuales satisfacen las
necesidades, gustos y preferencias de los consumidores que antes no podían.
En todo intercambio las
mercancías se pagan en última instancia con mercancías, por lo que si nuestra
percepción es correcta y el enfoque de todos está en la parte de beneficiar a
la minoría exportadora, pero dejando de lado que lo importante es el consumidor
–la mayoría que compra-, hay una alerta que se enciende con el TPP.
Consultamos a nuestro amigo Mike “Mish” Shedlock, del afamado blog Global Economic Analysis, y al respecto del TPP nos hizo llegar una verdadera propuesta de acuerdo de libre comercio: “Todos los aranceles y todos los subsidios gubernamentales en todos los bienes y servicios serán eliminados con efecto inmediato”. Nada cercano a eso hay en el Acuerdo Transpacífico, tampoco en opinión de “Mish”.
Si sus intervinientes piensan en él
como una oportunidad de “ganar
quitándole al otro”, está condenado al fracaso. En este momento, con lo que
se conoce, esa probabilidad parece bastante alta.
Lo peor es que al final el
resultado de ese tropiezo podría implicar echar las culpas al “libre comercio”.
Si eso significa avanzar en la tendencia al proteccionismo, habremos cometido
un error histórico. Mantengámonos atentos.
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