El fin de semana se concretó lo
que hace unos cuantos días parecía impensable, sobre todo después de la
victoria del “NO” (Oxi) en el referéndum al que había convocado el primer
ministro Alexis Tsipras: la capitulación total de Grecia digna de una
apabullante derrota de guerra. A estas alturas ya se ha comentado con amplitud
la serie de medidas que los griegos tendrán que adoptar, que son más o menos
las mismas que habían rechazado en el referéndum pero con condiciones aún más severas que las que les ofrecían antes.
Dicho de otro modo, con el
referéndum la coalición de “izquierda radical” que gobierna desde Atenas tuvo
una victoria pírrica: quemó sus naves y apostó al voto popular, consiguió lo
que quería pero el resultado fue que le señalaran la puerta de salida del euro,
Tsipras tembló de miedo y culminó suplicando que lo mantuvieran dentro.
Pero del lado alemán las cosas no
son mejores. Es cierto que la rendición absoluta de Grecia luce como un
contundente triunfo de la troika
(FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea), pero en el fondo lo que se
esconde es otra victoria pírrica: la de
Alemania, la verdadera voz de mando. A nadie conviene, y menos para el
“proyecto europeo”, una verdadera humillación como la que le propinaron a
Grecia. ¿O la Unión Monetaria –y en general la Unión Europea- se trata de
agachar la cabeza y obedecer los dictados alemanes?
Si la respuesta es sí, entonces
no estamos hablando de Unión, sino de un
nuevo imperialismo.
Si eso lo saben los alemanes y
así lo practican, es tema de ellos. Pero si el resto de países europeos –a
sabiendas o no- lo permite, esa sí es otra cosa.
Por eso en este espacio hemos
sostenido que el euro es un proyecto condenado a fracasar de todos modos,
producto de su mal diseño que incluye, sobre todo,
la ausencia de mecanismos de aplicación y corrección obligatoria de desbalances,
como sí los hay en el patrón oro.
De seguir igual, el futuro que
les espera en particular a los países del sur de Europa, es el del
sometimiento, la deuda, el atraso y la depresión permanentes.
Por eso es una victoria pírrica
para Alemania: sí, sometieron al inepto gobierno griego y lo humillaron para
que les diera lo que querían. Pero en el camino, en vez de aprovechar la
coyuntura y buscar con liderazgo una muy compleja reforma de la Unión, ha pospuesto su debacle pero confirmado la sentencia.
Grecia, por su parte, desperdició
una gran oportunidad: si de verdad estaban dispuestos como dicen a hacer las
amargas reformas necesarias, lo mejor era haberse levantado de la mesa y salir
del euro. Es cierto, el colapso económico hubiese llegado más pronto de lo
deseado, pero de todos modos la resaca después de la borrachera de excesos en gasto, deuda y “beneficios
sociales” ya no se las quita nadie. Era pagar un precio alto en el corto
plazo, o más caro después. Optaron por lo segundo.
De haber tomado la primera opción
el golpe hubiese sido durísimo, pero la recuperación mucho más rápida. Ahora,
si de verdad cumplen los nuevos compromisos asumidos, la depresión continuará
por décadas en perjuicio sobre todo de las nuevas generaciones. Si se porta
bien Grecia y por fin cumple los acuerdos, es posible que la inevitable quita de deuda que necesita llegue en
la forma de plazos mayores y condiciones más favorables, pero en el camino el costo
pagado, reiteramos, será mayor que el de haber dejado la divisa única.
Tsipras ya no tiene nada que
hacer al frente del gobierno, y su caso de demencia política merecerá análisis
profundos. Nada pues, se ha resuelto con
esa crisis griega. El resultado es más de lo mismo que tanto agrada a los
políticos: posponer los estallidos de bomba para después. Esta tragedia griega,
aún tendrá más episodios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario