El gobierno de izquierda radical
que encabeza Alexis Tsipras se jugó su cabeza el domingo pasado en el
referéndum, y ganó. Aquí dijimos que esa victoria le daría un juego que desde
Europa no le podrían ganar, pues no podrían exigirle ya medidas de ajuste que
el pueblo ha rechazado. No hay marcha atrás.
Como muestra de su “disposición”
para sentarse de nuevo a la mesa de negociaciones, Tsipras ofreció la cabeza de
su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, a quien en el eurogrupo ya veían con
desconfianza y desprecio. La intención siempre fue la de presionar al máximo a
la troika para forzar un condonación de sus deudas. No había más que ofrecer
del lado griego, por lo que ahora ruega por un acuerdo y nuevo rescate.
La respuesta europea
El encargado de dar el “mensaje
siciliano” de respuesta corrió a cargo del Banco Central Europeo (BCE), quien
en un comunicado anunció que la provisión de liquidez de emergencia (ELA por
sus siglas en inglés) a la banca griega, se mantendría en el mismo nivel del 26
de junio de 2015. Asimismo, amplió los recortes sobre los activos que recibe
para dar la ELA, y recalcó que esta sólo puede ser proveída contra suficientes
colaterales. Los de los bancos griegos son en mayoría bonos del gobierno, o
sea, basura.
Sin dinero fresco fluyendo al
país helénico y a horas de que se agoten las provisiones en los cajeros
automáticos, los pagos del gobierno y las pensiones tendrán que hacerse en
pagarés, es decir, promesas de pago en
euros. Dada la precaria situación gubernamental, el valor de esos
documentos caerá de forma precipitada, y de hecho, sería el preludio de lo que
ocurriría una vez que se estableciera en forma el nuevo dracma.
Dado que del lado griego ya
llegaron al final del callejón, la reacción europea tiene dos lecturas: o es
una medida para ganar tiempo y vender más cara también las nuevas demandas de
las instituciones, o es un síntoma de que –como dijimos en el artículo de ayer,
están dispuestos a asfixiar financieramente
a los griegos para que se vayan por sí mismos del euro. Sería de facto, una expulsión que de otra
forma no puede operar. Atenas tomará lo que le ofrezcan… si es que llega alguna
oferta.
Aquí hemos sostenido que Alemania
quiere todo menos que se le resquebraje la Unión Monetaria que, por otro lado, luce
condenada de manera irremediable en el largo plazo. A eso también jugaron
gobierno y pueblo griegos, pues las comodidades y beneficios que el euro les ha
dado no los tuvieron nunca antes. Por eso no quieren irse, pero la fiesta
terminó.
Grecia debe irse del euro
Dado que no es posible una abierta
expulsión, Grecia debe irse por su propio pie.
Pero no es tan sencillo. Las reformas, recortes y austeridad que
los griegos no quieren realizar, de todos modos las tendrían que hacer para
salir del agujero. De la resaca ya no se salvan. No es nada más irse del euro y
seguir viviendo como ricos sin serlo, la
ilusión de abundancia acabó como acaba el sueño de aquel que vive como rey viviendo
de prestado. Los acreedores sufrirán también las consecuencias por haber dado
crédito a quien no debían.
Entre las reformas aludidas se
encuentran cuando menos: la
flexibilización laboral, desregulación y minimización de requisitos y trámites
para apertura de negocios, aumento en la edad de retiro, recorte masivo al
gasto para equilibrar el presupuesto público, minimización del aparato estatal,
austeridad y reducción de impuestos.
Lo anterior es justo en contra de
lo que votaron los griegos. Así que si se van de la Unión Monetaria –como deberían
hacerlo, tendrían esperanzas de una recuperación solo con las citadas reformas.
Dado que por ahora el gobierno lo encabeza la izquierda –que también se opone a
esos inevitables cambios, las esperanzas
de pronta recuperación para Grecia parecen nulas.
El último rayo de luz que les
queda, reiteramos, es la condonación de sus deudas. Esta opción se extingue
conforme transcurre el tiempo. Pero en el fondo, los griegos deben entender que
esa salida no les conviene como creen, porque al no resolver su enfermedad
económico-financiera, solo seguirían posponiendo la debacle. Dicha enfermedad
de dispendio, deuda y crédito por cierto, es la misma en la que está basada el
sistema monetario actual de dinero de papel. Grecia pues, es un reflejo del mundo.
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