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En la primera y segunda entregas
abordamos el origen del dinero y cómo sería
un sistema monetario reprivatizado en un entorno de banca libre sin intervención
estatal. Corresponde exponer los problemas del monopolio del Estado sobre la
moneda, del que se beneficia recurriendo a la inflación. Ésta una forma de
meter las manos en los bolsillos de todos aquellos que tenemos los billetes que
emite y nos obliga a usar. Se trata pues de un hurto que, para desgracia de
todos, se ha vuelto “normal”. Casi nadie reclama.
Pero no siempre fue así. El
economista español Juan Ramón Rallo nos recuerda en Una revolución liberal para España, que mientras el dólar y la
libra esterlina estuvieron vinculados al oro (el dinero escogido como tal por
el mercado), fueron capaces de mantener
su poder adquisitivo durante casi un siglo con muy leves y decrecientes
oscilaciones.
A partir de 1914 –luego del
establecimiento de la Reserva Federal estadounidense, los gobiernos fueron
abandonando el patrón oro. El valor de las divisas desde entonces se ha hundido
de manera muy clara. Rallo señala que para 2012, tanto el dólar como la libra esterlina habían perdido más del 95 por
ciento de su valor.
Los apologistas del sistema de
dinero sin respaldo han argumentado que aunque éste se devalúe mucho más que el
oro a largo plazo, sus fluctuaciones en el corto son menores y previsibles.
Sin embargo, esas comparaciones
no deben tomarse en sentido literal, porque no toman en cuenta la influencia
que juega el papel moneda como causante del hiperendeudamiento privado y del
ciclo económico, acusa Rallo. Añade que comparar lo acontecido en el siglo XIX
con potenciales riesgos presentes es un error porque, como sabemos, en el siglo
antepasado los mercados no eran tan profundos ni desarrollados, lo que los volvía más volátiles.
Más aún, cuando se compara tanto
la actividad como los empleos creados, el saldo durante el patrón oro es mucho
más favorable que durante el sistema de papel moneda.
El dinero estatal pues, es mucho
peor que el privado a largo plazo, y en el corto, los “beneficios” no compensan
sus altos costos. De manera que la creencia arraigada de que el capitalismo
tiende a la autodestrucción por las crisis recurrentes es un mito, pues en
realidad, es el intervencionismo estatal
el causante del ciclo de económico de crisis, no el libre mercado.
Ese intervencionista sistema
monetario actual privilegia a una banca privada en contubernio con el Estado:
los gobiernos derrochan para ganarse el favor de las masas con cargo a sus
propios bolsillos, mientras los banqueros gozan de pingües ganancias que,
cuando son pérdidas, sus cómplices estatales entran al rescate para socializarlas.
Asimismo, con el sistema
monopólico estatal los bancos privados tienen enormes incentivos para
endeudarse a corto plazo (por los depósitos a la vista que atraen del público)
y prestar a largo –donde los rendimientos son mayores, lo que por definición
los hace insostenibles y susceptibles de quiebra cuando una buena parte de sus
acreedores acuden a retirar sus fondos. Ejemplos recientes sobran.
Por lo tanto, basar el
crecimiento en el hiperendeudamiento es
una empresa condenada al fracaso. Expandir el crédito por fuerza lleva a
financiar proyectos inviables, que cuando comienzan a fracasar en masa, ejercen
una presión deflacionaria (contracción del crédito) que los monopolistas del
dinero pretenden solucionar expandiendo más la deuda y la emisión monetaria. Es
como querer curar al alcohólico dándole cada vez más botellas de su bebida
favorita
Paradójicamente, la respuesta de
muchos es que hace falta “regular más” y “mejor” a la banca para evitar el comportamiento
irresponsable y su impacto en la economía. Pero lo cierto es que las lecciones
de la historia dejan en claro que el mercado libre tiene los incentivos y
controles propios para eliminar o contener la irresponsabilidad de los bancos.
En un mercado libre, el riesgo de
que nadie estará detrás para salvarlos de la insolvencia los obligaría a ser prudentes, so pena de perderlo todo.
Rallo nos habla justo de que uno
de los privilegios que el Estado le dio a la banca fue el de la creación de un
banco central monopolístico, encargado de refinanciar los vencimientos de la
deuda de corto plazo de los bancos privados. Al tener el monopolio de la
emisión monetaria y por tanto la mayor parte del oro de una economía, se le
daba manga ancha al banco central para salvar a dichas instituciones
financieras.
No obstante, dado que incluso en
esos casos las reservas de oro del banco central podían agotarse si se
financiaba a demasiados bancos imprudentes, los intervencionistas veían esta
limitante como una molesta piedra en el zapato y se empeñaron en quitarla. Una
vez hecho esto pudieron financiar de manera ilimitada a quien lo necesitara en
el gobierno y los bancos creando dinero del aire. Billetes estatales y ceros se pueden crear y agregar sin límite, pero
no el oro.
Ese poder monopólico implicó la
facultad de recortar los tipos de interés y expandir el crédito a placer, con
las consecuencias graves para la economía a que hemos aludido antes.
Un privilegio más dado a la banca
ha sido la regulación que hizo creer a la gente que era para su protección: los
llamados “fondos de garantía de depósitos”.
Gracias a ellos toda persona que
tenga hasta el límite de esas coberturas –que suelen ser la mayoría de
depositantes, se desentiende del manejo del banco donde depositó su dinero. No
tienen preocupación alguna porque se saben “protegidos” por la garantía
estatal. Con ella los bancos tienen otro aliciente para actuar de forma
irresponsable. Con el fondo de garantía, los
contribuyentes asumen una vez más pérdidas que deberían ser privadas.
Entonces, una banca libre con
dinero reprivatizado no sería más imprudente que la actual, sino más
responsable, justo porque la red de protección que le ha otorgado el Estado no
estaría más.
Rallo concluye que si los
privilegios bancarios subsisten, la regulación será insuficiente para evitar
las crisis económicas –como ha sido a lo largo del siglo XX; y si desaparecen, dicha
regulación será innecesaria.
La alianza de las élites
gubernamentales y bancarias no puede controlarse, evitarse y mucho menos
eliminarse con más de lo que la provocó: la
intervención del Estado.
Una banca libre con dinero reprivatizado
es la solución al problema económico que nos aqueja.
Debemos pues abolir a los bancos centrales, acabar con las monedas de curso legal y
restablecer la competencia bancaria. No hay pretexto ni razón que
justifique el intervencionismo estatal, pues como se ha revisado en esta serie,
ningún bien le ha aportado a la sociedad cuando se le compara con los costos
que para la misma ha significado.
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