Esta semana publicamos en el blog
de Inteligencia Financiera Global la entrevista completa que le hicimos a Mike
“Mish” Shedlock, uno de los blogueros financieros más importantes del mundo. Entre
lo más destacado que mencionó está el que México se beneficiará de la tendencia
de las manufacturas estadounidenses a volver a casa, o a estar cerca de ella en
Norteamérica. Sin embargo precisó: los
empleos no volverán con ellas debido a la robótica.
Esto me hizo asociar recientes
quejas contra la tecnología al estilo de las protestas de los taxistas contra
Uber por “atentar” contra sus fuentes de trabajo.
Las manifestaciones contra la
mecanización de los procesos productivos no son nada nuevo y nos remontan al
ludismo, movimiento de trabajadores textiles que hacia la segunda década del
siglo XIX protestó y destruyó máquinas
con las que se prescindiría de sus empleos.
Los neoluditas modernos creen que
el progreso de la tecnología será tan rápido que logrará una mecanización
absoluta de los procesos productivos, y con ello, millones de trabajadores
quedarán en el desamparo. Pese a estas visiones catastrofistas la realidad es que
el mundo debe tender hacia una
mecanización masiva del trabajo. Hay cosas que ni el ser humano más
capacitado podrá hacer más rápido y mejor que un robot.
Quien en nuestros días se opone a
ello parte de supuestos equivocados, que si fueran ciertos, en su extremo
conducirían a la muerte de hambre sin remedio de la gente que no podría hacer
otra cosa. Nada hay más alejado de la realidad. Del mismo modo que el antiguo
ascensorista, operador telefónico, farolero, etc. encontró diferentes modos de
emplearse y subsistir, los nuevos trabajadores desplazados sea en el sector
manufacturero, del transporte o el que sea, harán lo mismo.
La razón por la cual la
mecanización del trabajo debe ser la constante, es porque con la elevación de la productividad que conlleva se hace más con menos,
y hay una ganancia en el poder adquisitivo de las personas vía la “deflación”
–entendida en este contexto como una caída en los precios al consumidor por la
mayor abundancia de mercancías.
Gracias a eso bienes que antes
fueron considerados de lujo como la ropa misma o los zapatos, han podido llegar
de forma masiva y económica a cada vez más consumidores. Las mejoras
tecnológicas permiten que alcancemos grados
cada vez más elevados de nivel de vida para las mayorías.
Ahora, sí es cierto es que para
que el reacomodo de la gente en nuevos puestos de trabajo y empresas sea
posible de la manera más rápida posible, es necesaria la liberalización del
mercado laboral. Las regulaciones que en teoría permiten la preservación de los
empleos en realidad impiden la generación de nuevos. Se trata de un sacrificio
de una mayoría en favor de una minoría que conserva su trabajo. Todos pierden pero en especial los jóvenes,
que no pueden aspirar a ocupar puestos a los que los más viejos se aferran.
Lo anterior atenta además contra
el libre ejercicio de la empresarialidad de las personas, inhibe la atracción
de inversiones y, por supuesto, la generación de más riqueza y empleo. No hay competencia abierta de la que todos
salgan beneficiados.
La innata función empresarial del
ser humano capaz de detectar siempre nuevas oportunidades de ganancia, por
tanto, debe propiciarse con un Estado que tenga una mínima o nula intervención
y regulación en la economía. El mercado debe funcionar por sí solo, pues no es
más que fruto de la interacción voluntaria de las personas que en él realizan
sus intercambios.
Así, del mismo modo que las
diligencias fueron sustituidas por el auto, las cartas por el correo
electrónico y ahora aparecen distintas opciones de transporte privado
diferentes a los taxis, más y más empleos
manufactureros serán reemplazados por robots. Pero nadie debe asustarse.
En su momento lo que hoy llega,
como el servicio de chofer privado de Uber, también será desplazado por los
vehículos sin conductor que ya son una realidad probada, que se irá
convirtiendo poco a poco en la regla para dejar de ser la excepción, empezando
por el sector comercial.
La lucha pues no debe centrarse
en los inertes frutos de la tecnología y que beneficia a las masas, sino en
todo aquello que impide al ser humano el ejercicio de su creatividad para
descubrir nuevas formas no solo de empleo, sino
sobre todo de creación de valor. Ahí donde las máquinas tardarán mucho –o
quizás nunca puedan llegar a sustituir a las personas, abundan infinitas
posibilidades de negocio que claman por ser descubiertas. El progreso, no lo debemos detener.
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