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viernes, 12 de junio de 2015

LA TECNOLOGÍA: ¿ENEMIGA DE LOS EMPLEOS?

Esta semana publicamos en el blog de Inteligencia Financiera Global la entrevista completa que le hicimos a Mike “Mish” Shedlock, uno de los blogueros financieros más importantes del mundo. Entre lo más destacado que mencionó está el que México se beneficiará de la tendencia de las manufacturas estadounidenses a volver a casa, o a estar cerca de ella en Norteamérica. Sin embargo precisó: los empleos no volverán con ellas debido a la robótica.

Esto me hizo asociar recientes quejas contra la tecnología al estilo de las protestas de los taxistas contra Uber por “atentar” contra sus fuentes de trabajo.

Las manifestaciones contra la mecanización de los procesos productivos no son nada nuevo y nos remontan al ludismo, movimiento de trabajadores textiles que hacia la segunda década del siglo XIX protestó y destruyó máquinas con las que se prescindiría de sus empleos.

Los neoluditas modernos creen que el progreso de la tecnología será tan rápido que logrará una mecanización absoluta de los procesos productivos, y con ello, millones de trabajadores quedarán en el desamparo. Pese a estas visiones catastrofistas la realidad es que el mundo debe tender hacia una mecanización masiva del trabajo. Hay cosas que ni el ser humano más capacitado podrá hacer más rápido y mejor que un robot.

Quien en nuestros días se opone a ello parte de supuestos equivocados, que si fueran ciertos, en su extremo conducirían a la muerte de hambre sin remedio de la gente que no podría hacer otra cosa. Nada hay más alejado de la realidad. Del mismo modo que el antiguo ascensorista, operador telefónico, farolero, etc. encontró diferentes modos de emplearse y subsistir, los nuevos trabajadores desplazados sea en el sector manufacturero, del transporte o el que sea, harán lo mismo.

La razón por la cual la mecanización del trabajo debe ser la constante, es porque con la elevación de la productividad que conlleva se hace más con menos, y hay una ganancia en el poder adquisitivo de las personas vía la “deflación” –entendida en este contexto como una caída en los precios al consumidor por la mayor abundancia de mercancías.

Gracias a eso bienes que antes fueron considerados de lujo como la ropa misma o los zapatos, han podido llegar de forma masiva y económica a cada vez más consumidores. Las mejoras tecnológicas permiten que alcancemos grados cada vez más elevados de nivel de vida para las mayorías.

Ahora, sí es cierto es que para que el reacomodo de la gente en nuevos puestos de trabajo y empresas sea posible de la manera más rápida posible, es necesaria la liberalización del mercado laboral. Las regulaciones que en teoría permiten la preservación de los empleos en realidad impiden la generación de nuevos. Se trata de un sacrificio de una mayoría en favor de una minoría que conserva su trabajo. Todos pierden pero en especial los jóvenes, que no pueden aspirar a ocupar puestos a los que los más viejos se aferran.

Lo anterior atenta además contra el libre ejercicio de la empresarialidad de las personas, inhibe la atracción de inversiones y, por supuesto, la generación de más riqueza y empleo. No hay competencia abierta de la que todos salgan beneficiados.

La innata función empresarial del ser humano capaz de detectar siempre nuevas oportunidades de ganancia, por tanto, debe propiciarse con un Estado que tenga una mínima o nula intervención y regulación en la economía. El mercado debe funcionar por sí solo, pues no es más que fruto de la interacción voluntaria de las personas que en él realizan sus intercambios.

Así, del mismo modo que las diligencias fueron sustituidas por el auto, las cartas por el correo electrónico y ahora aparecen distintas opciones de transporte privado diferentes a los taxis, más y más empleos manufactureros serán reemplazados por robots. Pero nadie debe asustarse.

En su momento lo que hoy llega, como el servicio de chofer privado de Uber, también será desplazado por los vehículos sin conductor que ya son una realidad probada, que se irá convirtiendo poco a poco en la regla para dejar de ser la excepción, empezando por el sector comercial.


La lucha pues no debe centrarse en los inertes frutos de la tecnología y que beneficia a las masas, sino en todo aquello que impide al ser humano el ejercicio de su creatividad para descubrir nuevas formas no solo de empleo, sino sobre todo de creación de valor. Ahí donde las máquinas tardarán mucho –o quizás nunca puedan llegar a sustituir a las personas, abundan infinitas posibilidades de negocio que claman por ser descubiertas. El progreso, no lo debemos detener.

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