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El dinero es una de las
instituciones sociales más importantes debido a que, al ser el intermediario
general en los intercambios, constituye una parte indispensable para el buen
desarrollo económico en lo general, y de la
libertad de los seres humanos en lo particular.
Los orígenes del dinero pueden
rastrearse desde el primer intercambio que se dio entre dos personas, y que
comenzó como un trueque. Por supuesto, el crecimiento demográfico, la división del trabajo, las diferencias en las
habilidades y preferencias de las personas, etc. fueron complicando cada vez
más esos intercambios hasta, en muchos casos, volverse imposible.
La razón principal, es obvia: el
intercambio directo entre mercancías implicaba que las partes intervinientes
tuvieran que coincidir en que sus deseos mutuos se correspondieran tanto en
cantidad como en la calidad del producto buscado. Desde luego, no faltó que la
perspicacia de algunos comerciantes les permitiera darse cuenta de que, en vez
de un intercambio directo forzoso, la utilización de una tercera mercancía de aceptación general le permitiría también
acercarse de manera indirecta a lo que buscada.
Esa agudeza fue capaz de detectar
la conveniencia de comenzar a utilizar tal o cual mercancía como medio de cambio. La imitación de más y
más personas por lo conveniente de este sistema, permitió el nacimiento de intermediarios
generales, en una palabra, que dichas mercancías se convirtieran en “dinero”. Su surgimiento fue un proceso
privado, espontáneo y evolutivo, no un fruto de la invención estatal.
No sorprende entonces que hayan
sido dinero desde hojas de té, la sal, granos de cacao, ganado, conchas de mar,
etc. a lo largo de la historia en diferentes latitudes.
El actuar constante de los
comerciantes en el mercado dio lugar a que aquellas mercancías con las mejores
propiedades y características fungieran como medio de cambio generalmente
aceptado de manera reiterada. No es casual pues que Carl Menger, fundador de la
Escuela Austríaca de Economía, destacara que los metales preciosos –oro y plata, terminaran convirtiéndose en dinero
en distintos lugares al mismo tiempo y en los mismos sitios en diferentes
momentos. Elementos como su atractivo para la joyería, ser maleables, divisibles,
dúctiles, resistentes y una demanda siempre insatisfecha, los predisponía para ser encumbrados como dinero desde antes de que lo
fueran.
El propio Menger destaca también
el surgimiento natural y espontáneo del dinero sin la mínima intervención del
Estado.
Sin embargo, la historia está
saturada de ejemplos en los que justo ha sido la autoridad estatal –muchas
veces en contubernio con la banca, la que comenzó a corromper el dinero. Esto
ocurrió primero cuando comenzó a alterar de manera intencional el contenido de
metal fino en las monedas –hasta eliminarlo por completo, o cuando los bancos
comenzaron a emitir en demasía
certificados que ya no tenían respaldo en dinero, metal físico real.
En todos los casos, la codicia
por las ganancias bancarias y el desenfreno en los gastos públicos, concluyeron
en esa corrupción monetaria que derivó, tarde o temprano, en la debacle del
sistema y hasta de imperios que antes se creyó invencibles. La mayoría, por
supuesto, es la que padece las consecuencias.
Los incontables ejemplos en los
que este desenlace trágico ha llegado de manera irremediable, deberían ser
suficientes para que en la actualidad, todos fuésemos capaces de advertir los
peligros de la manipulación y del monopolio estatal del dinero. La complicidad
Estado-banca debe terminar.
La actual crisis financiera y económica de escala global, es solo el más reciente botón de muestra de lo que ocurre cuando aquella existe. Hace falta reprivatizar el dinero. Para ello, es necesario abolir los bancos centrales, obligar a los gobiernos a la disciplina financiera y la competencia bancaria sin red de protección estatal.
En la siguiente entrega
explicaremos cómo sería ese sistema monetario y bancario en ausencia de Estado,
y desecharemos los mitos de que
siempre hace falta su “regulación”. El mercado libre ofrece los mecanismos para
que gobiernos y bancos actúen de manera prudente, y sobre todo, para que el constante
ciclo económico de auge y recesión provocado por la intervención estatal, nos
deje de una vez por todas.
Continúa en: Dinero privatizado y una banca sin Estado (II)
Continúa en: Dinero privatizado y una banca sin Estado (II)
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