Hace unos días comentamos en el
artículo “La tecnología: ¿enemiga de los empleos?” las preocupaciones que
tienen muchas personas de que los avances tecnológicos terminen desplazándolas
de sus puestos laborales. Dijimos que los catastrofistas neoluditas auguran un
mundo de desastre en el que parece que dieran por sentado que aquellos nuevos
desempleados morirían sentados de inanición. La realidad es que la experiencia
demuestra que así como han desaparecido para siempre miles de oficios también han aparecido nuevas profesiones
y que, en todo caso, la infinita capacidad emprendedora de la gente los lleva a
encontrar nuevas formas de ganarse la vida.
Los seres humanos tenemos la
capacidad innata de actuar y adaptarnos a las circunstancias. Es gracias a
dicha capacidad que logramos convertirnos en la especie dominante sobre este
planeta. La visión simplista y materialista que tiende a vernos como si
fuéramos máquinas obsoletas que se pueden desechar, incapaces de hacer nada más
que una sola cosa de la misma manera, es un error.
En el uso de nuestra capacidad de
adaptación e innovación, los humanos comenzamos a utilizar toda clase de
incipiente tecnología primero en la forma de herramientas rudimentarias, de
nuevo, con el objetivo de desempeñar de
mejor manera determinada acción. Por eso, sea que se trate de un simple
cuchillo para cazar hasta los más modernos robots que automatizan procesos en
la industria, la tecnología en esencia y origen siempre será una creación
humana, no al revés como parecen sugerir los catastrofistas.
La tecnología productiva, por lo
tanto, no es una herramienta para la autodestrucción de personas. Es por eso
que las mejoras en los procesos si bien desplazan trabajadores, del mismo modo elevan
la productividad, abaratan las mercancías y tienden a hacerlas más accesibles
para todos. El poder adquisitivo aumenta.
Gracias a ello, artículos que en
el pasado fueron exclusivos de la realeza hoy son incluso de consumo masivo
como ropa, zapatos, vehículos de transporte, y un interminable etc.
Eso sí, más que conveniente
resulta aclarar que si bien la tecnología no es la enemiga de los empleos, hay un ente que sí lo es por entorpecer los
procesos de cambio, adaptación y reacomodo de las fuerzas productivas, en
especial, el trabajo: el intervencionismo del Estado.
De la misma manera que las leyes
de salario mínimo –como hemos explicado en el texto “La
absurda idea de subir el salario mínimo” crean desempleo y afectan a quien se dice beneficiar, toda intervención para “defender” o
“proteger” las plazas laborales impiden la creación de más, y obstaculizan el que
nuevos grupos de trabajadores incluso con mayor cualificación encuentren
espacios. Los jóvenes suelen ser los más afectados.
Por lo tanto, si para elevar el
nivel de vida de la mayoría de la población es indispensable el avance
tecnológico, también lo es que el Estado
saque las manos de la economía. El costo de no hacerlo es que los niveles
de desempleo se disparen de manera innecesaria, se inhiba la creatividad
empresarial y con ello la creación de riqueza.
Todo lo anterior viene a cuento
porque no hay duda de que empleos hoy muy comunes seguirán desapareciendo.
Basta echar un vistazo al mapa titulado “The Most Common Job In Every State”publicado en febrero pasado por NPR.org, que reveló que en 2014 el empleo más
común en la mayoría de estados de la Unión Americana fue el de conductor de
camión (truck driver).
El punto es que esta industria
genera casi 9 millones de empleos directos e indirectos en Estados Unidos que
están en riesgo de perderse. Y es que de acuerdo con estimaciones conservadoras de Morgan Stanley hacia 2022 se logrará una capacidad de autonomía completa en
los vehículos. Lo anterior significa que los autos y camiones que “se manejan
solos” comenzarán a ser la regla y no la
excepción, en especial, en el área comercial. Los coches que tanto nos
apasionan hoy, podrían quedar extintos como los conocemos unos 20 años después.
Los empleos pues, tienden a
desaparecer pero eso no debe alarmarnos. Claro, lo anterior si somos capaces de
exigir y lograr que nuestros gobernantes entiendan que la economía funciona mejor
sin su corruptora intervención. Unos empleos e industrias se irán, pero gracias
al olfato de los emprendedores en descubrir y crear nuevas oportunidades de
ganancia, nuevos surgirán de la nada.
El mejor estímulo es garantizarles a esos emprendedores la apropiación de las
ganancias y su conservación. El camino opuesto nos llevará a que millones
sufran de más.
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